miércoles, 31 de diciembre de 2014

Feliz Año 2015


A este lado del mundo aún nos quedan un par de horas más para terminar el 2014.  Es verdad que por otro lado del mundo aún les quedan más horas para seguir disfrutando, pero en otras ya están celebrando la llegada del 2015.

En estos últimos días todos hemos hecho un repaso de lo que ha sido este último año: las metas obtenidas, los proyectos pendientes, las personas que nos dejaron y los nuevos miembros de nuestras familias.  Hemos celebrado las nuevas oportunidades que se nos han presentado y sobre todo hemos agradecido la salud que tenemos.

Un breve resumen personal, este ha sido un año de cambios radicales, de liberarme de muchas situaciones que me quitaban paz interior, energía y por lo tanto salud.  Agradezco las nuevas oportunidades, las personas que he conocido y todo lo que he aprendido.

Pero ahora, quiero pensar que el 2014 termina con un balance positivo y rescatando la experiencia vivida durante estos meses, lo que realmente importa ahora es iniciar el 2015 con muchas energías positivas, mucha ilusión y ganas de seguir disfrutando de la vida y el amor.  Y no olvidar, como me recordaron en un saludo navideño: Agradecer porque a pesar de todo somos afortunados.

Lo mejor que podemos desear a nuestra familia y amigos y para nosotros mismos es que este nuevo año nos conceda lo suficiente de aquello que nos hace falta para ser feliz.


El mejor ritual para esta noche es estar tranquilos con el año que termina y esperar con ilusión el nuevo año.


lunes, 29 de diciembre de 2014

Preguntas para plantearnos el año nuevo

Es un buen momento para hacernos estas preguntas (y algunas más específicas) y según las respuestas plantearnos los propósitos para el nuevo.


  • ¿Cuándo te dejaste llevar por la ola de la sociedad, sin poner resistencia, sin intentar salir a flote y nadar contra corriente?
  • ¿Cuándo dejaste de luchar por tus ideales, por tus sueños?
  • ¿Cuándo dejaste de soñar?
  • ¿Cuándo perdiste la ilusión por la vida y te quedaste quieto, viendo pasar a la gente, a los amigos, al tiempo, a la vida?
  • ¿Cuándo te convertiste en todo aquello que tanto rechazabas?
  • Te has quedado esperando.  Pero ¿qué esperas de la vida?


Te deseo un feliz inicio del año 2015 y que este nuevo año te traiga lo suficiente para ser feliz, que no falte el amor, la salud, el trabajo y sobre todo mucha paz interior.
¡FELIZ 2015!





jueves, 18 de diciembre de 2014

Feliz Navidad y Próspero Año 2015

Desde Zaragoza, acompañada de mi familia y con mucho cariño deseamos a nuestra familia y amig@s en todo el mundo una 

Feliz Navidad 

Deseando que recordemos lo realmente importante de esta festividad, el Nacimiento de Jesús y que el mejor regalo que podemos dar a todos es tiempo con calidad.



Y que el nuevo año nos traiga lo suficiente de todo aquello que necesitamos para ser un poco más feliz.
FELIZ AÑO 2015


Compartimos  algunas tomas falsas de nuestra postal navideña!!





lunes, 15 de diciembre de 2014

Etapa de felicidad

¿Qué es la felicidad?  Varias veces he oído que la felicidad, como tal, no existe.  Simplemente es el camino que recorremos con ilusión para alcanzar alguna meta que nos hemos propuesto.  Una vez que lo conseguimos, nos sentimos satisfechos, los efectos de esa felicidad alcanzada duran una temporada, con el tiempo se van desvaneciendo y volvemos a empezar.  Pero cada vez que lo recordamos sentimos otra vez esa sensación de felicidad.

Estos últimos días he ido varias veces a la misma papelería.  La chica que atiende es muy amable y nos trata, a todos sus clientes, de la misma manera, siempre es muy cariñosa, como si nos conociera de toda la vida, aunque sea la primera vez que vas a su establecimiento.  Hace unos días entré una vez más y bromeando le dije: “ya parece que vendes pan, porque paso casi todos los días por aquí”.  Ella se sonrió y me dio lo que le pedía comentando que se me veía alegre.  Finalmente le dije que sea como sea mi vida hoy, estoy feliz, me siento muy feliz con lo que tengo.

Al salir de la papelería y regresar a casa pensaba en esa frase que le había soltado, así, sin procesarla antes, sólo desde el sentimiento y con mucha sinceridad.  Es verdad, ahora mismo no tengo un trabajo de esos de estar fuera de casa muchas horas al día, con un sueldo al final del mes, pero hago muchas cosas más.  Estoy en casa, intento llevarla de la mejor manera posible, aunque tengo que reconocer que “no soy una señora de su casa”, como se dice.  Cada día es un reto.  Al principio me agobiaba mucho intentando hacer todo a la vez, hasta que llegué al punto, casi de locura, en el que me di cuenta de que tenía que tomarlo todo con más calma, no mucha, pero la suficiente para disfrutar de lo que tenía que hacer poco a poco.  También me di cuenta que tengo la gran oportunidad de estar
disfrutar a mis hijos, compartir y acompañar en esta etapa de la vida de cada uno, que no es fácil.  Ambos tienen necesidades diferentes, así que en cada situación hay que cambiar el chip e intentar hacer lo mejor posible. También tengo la oportunidad de realizar otras actividades que me hacen sentir mucha satisfacción personal.  Esta es una etapa de mi vida para conocerme, descubrirme y aprender muchas cosas a nivel emocional.  Podría parecer menos importante pero, para ir creciendo como personas, también tenemos que alimentar el alma.

Entonces resumí, hoy tengo lo que necesito para ser feliz, tengo la oportunidad hacer cosas que me satisfacen a nivel personal y emocional, y que me van acercan a mi proyecto de vida, tengo a mi familia, todos tenemos salud, tenemos la posibilidad de vivir dignamente y de seguir soñando.  Es verdad que quisiéramos tener algo más y decir “llegamos a fin de mes sin problemas”.  Siempre digo que quisiera un trabajo que, junto con el de mi esposo, nos permita vivir dignamente y sin problemas, no riquezas, sólo tranquilidad.  Eso irá llegando.


¡Hoy soy feliz y lo estoy disfrutando mucho!

miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿En qué momento?


Hace unos días me preguntaba, ¿en qué momento nuestros hijos dejan de ser lo que esperamos?
Cuando son bebés, todo gira alrededor de ellos, son el centro de tu vida, de tu mundo.  Actúas, sin ningún manual de instrucciones, de la mejor manera posible.  Pero esa etapa de bebé, aunque es agotadora: noches sin dormir, leches, pañales; es la etapa más simple que se puede vivir como padres.
Luego, tu pequeño bebé va creciendo, aún es un niño pequeño, dependiente, pero va ganando independencia.  Si tienes que trabajar, puede ser que te ayuden los abuelos, algún amigo o familiar o, si no tienes otra alternativa lo llevas a la guardería o nido para que tu pequeño inicie una nueva etapa de aprendizaje y sociabilización.  Durante esta etapa ya empiezas a perder el control total sobre su vida.  Por más agenda o comunicación que haya, ya existen pequeñas lagunas en la vida de tu bebé que no puedes conocer al cien por cien.  Pero aunque pase esto, sigue siendo tu bebé, tu pequeño, que al final del día se queda dormido en tus brazos.
Proteges su entorno, se relaciona con la familia, amigos.  Sus amigos los eliges tú y así estás tranquilo.
Ya más grande, empieza el colegio y pasa más tiempo en su nuevo espacio, aprendiendo muchísimas cosas, como a relacionarse, sociabilizar, elegir a sus amigos.  Aunque en realidad tampoco es del todo así, porque juega con quien quiere y a esta edad realmente no son amigos, simplemente son los compañeras con los que  hoy coinciden en el mismo juego, sus relaciones son más básicas.  Para el resto de actividades sigues eligiendo a sus amigos, según tu relación con los padres.
Tu pequeño y tierno bebé sigue creciendo y ya le toca hacer la comunión.  Ya va creciendo, creando su círculo de amigos, sus hábitos de estudios y estrategias para aprobar el curso.  Según qué cosas haga o deje de hacer, con quienes se relacione dentro y fuera del colegio, se va acercando o alejando de ese plan que tenías para él.  Todavía es dócil y va aceptando consejos e indicaciones y se deja guiar, aunque, sin que te des cuenta, sigue tomando sus pequeñas grandes decisiones y va viendo sus consecuencias.
Ahora es tu hijo quien elige tus relaciones, según que amigos tenga, te vas relacionando con sus padres.
El niño de tus ojos ya es un adolescente.  Ahora es cuando estás a prueba. ¿Cuánta paciencia, aguante e imaginación tienes para sobrevivir con un adolescente en casa?  El pequeño está terminando primaria, va eligiendo nuevos amigos.  Tomas aire y respiras profundamente esperando que esos nuevos amigos que tiene ahora y que dice son sus mejores amigos para toda la vida, sean personas que le aporten cosas positivas.
Ahora cada uno ha elegido a sus amigos.
Como eres su padre o madre te dirá sólo lo que quiere que sepas.  Ya tiene novia, la ha elegido por aspectos que desconoces, unas veces entiendes y otras no.  Ya fuiste adolescente, según lo que vas viendo imaginas cómo va a terminar.  Intentas alertar de los malos pasos para evitarle la frustración y el dolor, pero, aunque nos duela tiene que aprender y conocer el dolor y frustración, las consecuencias de sus decisiones.  A algunas cosas te hace caso, a otras se arriesga, creyendo, con la fuerza de su juventud, que lleva la razón y la verdad.  Además ahora tú eres mayor y las cosas no son como antes.
Te dedicaste siempre a transmitirle interés por estudiar y ser alguien en la vida, por explicarle que, para conseguir sus metas personales y profesionales tiene que esforzarse siempre y no perder su rumbo.  Siendo aún joven decidirá qué estudiar y hacer con su vida.

En fin, ya han pasado muchos años, muchas noches en vela, muchas lágrimas y más alegrías, algunas decepciones y más situaciones que te han llenado de orgullo.  Ya viene tomando sus propias decisiones y, si bien para ti siempre será tu bebé, ahora es un adulto que va llevando su vida, con los estudios que haya realizado, con el trabajo que pueda haber conseguido y la pareja que tenga al lado o no.  Quizá ya tenga sus propios hijos y los estará empezando a criar de alguna manera.  Todo esto lo hará a su manera, te guste o no.  Te preguntas ¿en que momento tu hijo está dejando de ser lo que tú querías?  Te sientes traicionado, decepcionado porque no sigue tus consejos, tus planes, no va cumpliendo tus sueños.  Ves cosas que seguramente tú harías de otra manera y hasta mejor.  Te adelantas a los hechos y crees que sabes cómo va a terminar todo, pero ahora ese camino que va tomando tu hijo te puede sorprender y es que, finalmente, está viviendo su vida, con sus propias experiencias, triunfos, decepciones y alegrías.  Sólo te queda acompañarlo e intentar en el camino quitarle alguna piedra sin que se de cuenta y disfrutar tu vida viendo como él disfruta la suya.


jueves, 13 de noviembre de 2014

Julierías - volumen 6




La idea de ir anotando ideas y reflexiones que surgen de pronto me ha gustado mucho y quiero compartirlo.  Son mi pequeño y humilde homenaje a las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna, que me han inspirado.

¡A disfrutar y reflexionar!

  • ·         Si aceptas las cosas como vienen, al final todo va a salir bien.
  • ·         ¡Hoy no estoy!  Pero, ¿a dónde he ido?
  • ·         ¡Vas muy bien vestida!  Como para ir a la radio.
  • ·         Mientras escribo sobre lo que me hace daño, sufro.
  • ·         Del mismo productor de “los ricos también lloran” y “los pobres también ríen”, el próximo estreno “los pijos también chillan”.
  • ·         ¡Ya lo vi!  Temía al dolor, ahora que lo sé, está superado.
  • ·         ¿En qué momento dejamos de ser lo que nuestros padres esperaban y empezamos a vivir nuestras propias experiencias?
  • ·         En las ocasiones especiales es cuando te das cuenta para quién eres importante.  ¡Y para quién no!
  • ·         Decía mi abuela: “cuando la casa se pinta, alquilar se quiere”.
  • ·         Aunque somos hijos de los mismos padres y criados en la misma casa, ¡qué diferentes somos todos!
  • ·         Cuando el cerebro no entiende y responde el hígado.
  • ·         Sentirse motivado aleja las enfermedades.
  • ·         La voz y el olor de aquella persona que ya no está.
  • ·         Cuando nosotros elegimos los amigos de nuestros hijos y ellos eligen nuestros amigos.
  • ·         Cada uno es dueño de su verdad.


martes, 4 de noviembre de 2014

De súper mega rebajas


El último fin de semana mi marido me avisó de que, en un centro comercial de Zaragoza, una tienda que se caracteriza por “no ser igual”, haría una venta especial durante cuatro días.  Lo estaban organizando de una manera muy sencilla.  En la publicidad indicaban, de una manera resumida, los precios de sus artículos.

La verdad es que me sentí tentada porque desde hace tiempo estaba buscando algún monedero, bolso o accesorio de esa marca.  La ropa en las rebajas siempre es de talla pequeña, así que no quería ilusionarme mucho.

El primer día de estas rebajas me fui al centro comercial para ver que había.  Llegué a la tienda y había mucha seguridad.  En la puerta te miraban de arriba abajo y te entregaban una bolsa que, si no comprabas nada, tendrías que devolver a la salida.  Además te entregaban un papel doblado con la normativa y precios de los artículos para estos días de ofertas especiales.  Me quedé con el papel por el lado de los precios.

Entré, todo parecía un poco caótico.  Cajas llenas de bolsos y accesorios en el medio, hacia un lado cajas con ropa que se iba escapando, más adelante perchas con los abrigos. Me dispuse a ver si encontraba algo de lo que me interesaba y listo, regresaría a casa.  Aunque pensé que estando allí, podría dar una vuelta y ver si había algo más que valiera la pena.  Empecé a dar vueltas y vueltas y vueltas.  Miraba y tocaba todo, revisaba las tallas que no tenían mucho sentido, una talla M que se veía grande y una XL que era la mitad de la M.  Cogí un par de camisetas.  Empecé a poner cosas en mi bolsa y como vi unos espejos, planeé plantarme delante de alguno e intentar ver si las camisetas y sudadera me podían quedar.

Seguía dando vueltas por la tienda, vi que medio local aún estaba lleno de cajas cerradas y el personal, debidamente uniformado, iba sacando más y más ropa.  Cuando yo pensaba que ya lo había visto todo y me disponía a salir, vi que había muchas cosas nuevas y volvía a empezar.

En la caja de los accesorios busqué algún monederos más entre calzoncillos, bufandas, bolsos, pulseras y no sé qué más.  Yo miraba tranquilamente, respetando a las personas, la mayoría mujeres, que estaban a mi alrededor.  Hubo una que miraba con desesperación en la misma caja que yo.  Todo lo que no le valía, lo iba echando donde yo estaba buscando.  La miré tres veces, esperando que se diera cuenta que no era agradable, pero nada, ella siguió.  La montaña de cosas se hizo grande sobre mi mano, así que me harté y con un ligero movimiento de dedos, la montaña se destruyó.  Me fui de esa zona y me puse a ver los dichosos abrigos que, como el resto de la ropa, eran sólo de un par de tallas que yo nunca he usado.  Estaban colgados con su percha en una barra.  Iba viendo todos, uno por uno, sólo por comprobar si había alguno en otra talla que la treinta y ocho o la cuarenta.  Mientras iba avanzando, vino una mujer por el otro lado y empujó las perchas contra mi mano.  Levanté la mirada y la mujer ni se había dado cuenta de que había más gente ahí.  Me fui a otro lado, donde estaban las cajas con vestidos, mucha gente se los probaba sobre la ropa.  Me intenté acercar a las cajas y era como si fuese el patito feo del cuento, se cerraban en banda y no había forma de llegar.   Me rendí.  Di un paso atrás y me dije: “hay que tener un carácter especial para venir de súper mega rebajas a esta tienda, estar dispuesta a empujar, echarme encima de otra persona o lo que hiciera falta, y yo no estoy interesada ni soy así”.

Finalmente me planté delante de un espejo, el más discreto que tenían y me probé la sudadera y calculé por encima las camisetas.  La sudadera sí, las camisetas no.  Pensé ¡vale ya!  Es verdad que están muy baratas, en comparación de su precio habitual, pero tampoco me tengo que volver loca.  Me puse a ver las etiquetas de lo que llevaba y no lo podía creer, a la sudadera aún le colgaba la etiqueta por 79€ y en la lista de precios ponía sólo 19€ y un neceser, con la etiqueta por 39€, una pegativa que marcaba el 10% de descuento a 35,10€ y finalmente lo compré por 9€.  Entiendo que con ese precio la marca todavía estaba ganando dinero.  No quiero pensar los márgenes que tienen sin rebajas.

Desde ese momento, me dediqué sólo a mirar a la gente y su conducta.  Me di cuenta que muchas iban preparadas con pantalones estrechos y camiseta de tirantes.  Así que se quitaban lo que tuvieran sobre la camiseta de tirantes y se podían probar todo sin problemas.  Otras, más osadas, se quedaban en sujetador o sostén mientras se iban cambiando la ropa.  La mayoría de las mujeres se veían muy “fashion” pero tan histéricas por pillar lo máximo al menor precio para lucir marca.

Hice mi pequeño estudio, observé y pensé que tenía tema y material para una nueva publicación y aquí estoy.


Ya en mi casa, revisando “mi tesoro”, encontré el papel con los precios y normativa, que lo leí con detenimiento.  Indicaban, por ejemplo, que no podías entrar si llevabas ropa o accesorios de esa marca; que no aceptan cambios ni devoluciones; y que, como es una tienda que “no es igual”, no ibas a disponer de probadores, y tenías que probarte la ropa como y donde puedas.  Entonces entendí un poco de lo que vi esa mañana.



miércoles, 29 de octubre de 2014

Con Nat

Hace unas semanas, una muy buena amiga del colegio me comentó que una de sus hermanas venía a España desde Nueva York, por trabajo, y que tenía unos días libres y me preguntó si podría venir a mi casa para conocer Zaragoza.

No la conocía, pero sabía quién era porque mi colegio era muy pequeño y es hermana de mi compañera de clase.  Obviamente le dije que sí, no lo dudé.  El día previo a su viaje, ya coordinamos entre nosotras.  Quedamos que cuando llegara a Madrid como ya tenía su boleto para el AVE me avisaría para recogerla en la estación de Zaragoza.

Así fue.  El domingo, cuando llegó a Madrid, me avisó de que todo había ido bien y me dijo que iría a Atocha para tomar el siguiente tren.  Al poco rato me avisó que ya tenía su boleto con la hora de llegada.  Me dio tiempo para organizar un poco mi casa y esperarla.

No sabía que esperar de ella.  No esperaba nada y me propuse dejarme sorprender.  Al final pensé, si era una visita complicada, sólo serían un par de días, lo podría capear, pero la experiencia no me la quitaba nadie.

Fui con Aitana, mi compañera de aventuras, a la estación para buscarla.  Salió Natalie antes que nosotras pudiéramos entrar.  Muy cariñosa, pero tímida, me dio un abrazo y nos fuimos a casa.

Yo aún no tenía la comida hecha, así que le pedí se pusiera cómoda mientras preparaba algo.  Pensé que si vivía en Nueva York le podía apetecer algo de comida peruana.  Mientras preparaba unos olluquitos con arroz, ella se quedó conmigo en la cocina, ella con una cerveza y yo con una copa de vino.  Resultó ser una situación extraña.  Empezamos a conversar, no sé de qué.  ¡De todo!  ¡Todo fluía tan libre!  La comida estuvo lista casi las cuatro de la tarde.

Por la tarde salimos a dar una vuelta por el centro de Zaragoza.  Como su visita coincidió con el inicio de las fiestas del Pilar, había mucha gente en la calle, mucho alboroto, mucha fiesta.  Es otra imagen de la ciudad, pero siempre es una buena versión.
Después de estar paseando poco más de dos horas, nos sentamos en una terraza para tomar algo y descansar.  Seguimos conversando, pero cada vez profundizábamos más.  Era tan divertido, tan interesante.  No parábamos de hablar y compartir experiencias.  Cuando compartimos nuestras experiencias e historias crecemos y nos desarrollamos como personas.  Llegamos a casa, cenamos algo ligero y nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, desde muy temprano, tuvo que empezar a trabajar.  La veía media dormida pero muy atenta a su móvil, mientras ponía el ordenador.  Me decía que tenía unos correos electrónicos por responder y que al terminar íbamos a salir.  Le propuse que, si se sentía más tranquila, podía seguir trabajando hasta terminar y luego, según la hora, decidiríamos que hacer.
Durante toda la mañana trabajamos juntas, cada una con lo suyo.  De rato en rato, interrumpíamos el trabajo para hacer algún comentario y conversar unos minutos.  Nat estuvo todo el día trabajando, sólo paró un rato para comer y siguió hasta casi las ocho.

Mientras preparé la cena, abrimos una botella de vino.  Luego nos sentamos en mi balcón y disfrutamos del buen tiempo, pero mejor aún, de una muy buena conversación.

Cuando mis hijos se fueron a dormir, nosotras nos cambiamos al salón.  Nos quedamos casi hasta las tres, sólo conversando, intercambiando experiencias, nuestra forma de ver la vida, hablando de espíritus, fantasmas y energía.  Sin conocerla, es como si la conociera de toda la vida.  Tenía ese “no sé qué”, ese que cuando miras a alguien a los ojos, sabes que ya la conoces de antes y te hace sentir bien y cómoda.




Al día siguiente por la mañana, cuando regresé de dejar a Aitana en el colegio, ella ya estaba casi lista y con todo organizado.  Me propuso salir, tomar un café y dejarla en la estación para regresar a Madrid.  Revisamos los siguientes trenes y había uno pasadas las once, otro después de las doce y uno más poco antes de las dos de la tarde.  Con esa información, decidió coger el tren de las once para aprovechar la tarde en Madrid, y nos fuimos a tomar el café.  Estuvimos las dos, sentadas en una terraza, disfrutando del buen tiempo.  Empezamos a conversar y cuando quedaban muy pocos minutos para llegar a la estación, cambió de opinión y decidió coger el tren de las doce.  Seguimos conversando.  Luego vimos la hora otra vez y nos quedaban los minutos exactos o menos para llegar al colegio de Aitana y buscarla.  Entre risas concluyó que mejor tomaría el tren de poco antes de las dos de la tarde.


A este tren sí llegó a tiempo y se fue.

Fueron dos días y medio muy intensos, con una persona a la que no conocía de nada, pero a la que tenía la sensación de conocer desde siempre.  Me recordó mucho de mí, de mi ser original y profundo.  Nos dimos cuenta de que esos problemas que nos hacen sentir mal, no son sólo nuestros, somos más las que padecemos de lo mismo.


Muchas gracias, Nat, por los lindos días que me diste.  ¿Quién se iba a imaginar que de esta visita inesperada, siendo un par de desconocidas, nos podría conceder la paz interior que buscábamos?










jueves, 23 de octubre de 2014

Alimentando al monstruo





Hace unos días estoy intentando terminar una nueva publicación, pero me está costando.  Hoy, comentándolo, encontré otra forma para contarlo.

Esta historia va sobre aquellas personas que, sea lo que sea que les pase en la vida, siempre tienen la capacidad de rescatar sólo lo negativo, lo malo, lo desagradable, y darle un lugar en su mente y corazón.  Están atadas al pasado, a lo que tuvieron, a lo que fueron, a lo que perdieron, a sus sueños no cumplidos.  Según van pasando los años esa capacidad va tomando más poder, hasta tal punto que, cada vez se hace más real y se convencen que es cierto.

El mundo sigue girando y la gente va pasando alrededor, se detienen, se acercan, observan y siguen su camino.  Ya casi nadie se queda.

Al parecer, han perdido la capacidad de ser optimistas y ver algún detalle bueno de las personas, todos tienen algún defecto, suficiente para no merecer una relación y menos aún, su amistad.  Encontrar algo bueno o rescatable resulta imposible.  Con otra actitud, sabes que todos tienen algo bueno y de cada uno se puede rescatar algo.  Es cierto que no podemos ser amigos de todo el que se cruce en nuestro camino, pero también es verdad que no todos tienen que estar vetados.

Analízate y pregúntate si la mayoría de gente te cae bien o mal.  Si tu respuesta es que la mayoría te cae mal y tu opinión tiene fundamento: el que sonríe mucho es porque es un hipócrita y no se puede ser tan feliz; el que está muy serio es porque es un amargado y todos tenemos problemas y no es para tanto; el que es ahorrativo, no sabe compartir.  En fin, podríamos seguir así durante muchas líneas más.  No se trata que siempre estemos rodeamos de mucha gente, se trata que siempre tengamos diferentes personas a quienes recurrir, con quien tomar algo, con quien conversar y pasar un buen rato.  No todo el mundo tiene que ser esa persona especial, pero todos tienen algo bueno y algo bueno para algo, a pesar de los defectos.

A las personas que son así se les llaman “gente tóxica”, porque sin darse cuenta van contaminando su entorno, a las personas que tienen a su alrededor.  Son personas con heridas emocionales profundas que no las han logrado curar.  Las personas tóxicas potencian nuestras debilidades, nos llenan de cargas y frustraciones, algo así como “un mal entre dos es menos atroz”, nos intentan llevar a su terreno, donde todo es gris.

Según lo que he estado leyendo sobre el tema, antes de nada tenemos que identificar a las personas tóxicas y luego evitar que su frustración y sensación general de la vida y las personas nos contagie.  Dependiendo de lo sensibles que seamos o lo fuerte que sea la otra persona, es mejor alejarse.  Si no lo haces por no discutir, terminas aceptando o haciendo lo que reclama, así vamos alimentando al monstruo, que estará más seguro de que tiene razón en su forma de ser.

Dependiendo de nuestros momentos emocionales todos podemos tener nuestro periodo tóxico, pero lo importante es que seamos conscientes y no nos dejemos llevar, porque se llega a un punto que es una caída libre sin fin.


Mejor ser y rodearnos de gente positiva, de esas que nos motiven para ser mejores personas, que se alegren con nuestros logros y compartan los buenos momentos con felicidad y los malos su compañía.

jueves, 16 de octubre de 2014

Para cuando sea grande



¿Cuántos proyectos dejamos para después, usando la típica excusa de “estoy esperando el momento adecuado”? ¡No, eso no!  Me refiero a las cosas que vamos dejando para después porque consideramos que aún tenemos que vivir un poco más para conseguirlas.

Hace unos días mi familia y yo visitamos a un amigo en Bilbao.  Él me presentó a unas personas que estaban con él como “la señora”.  Mi hija pequeña, que escuchó, interrumpió la presentación e increpando a mi amigo, aclaró que yo no soy una señora, añadiendo que yo soy una chica.  Y además le aclaró que las señoras son mayores, e insistió que yo soy chica.  ¡Qué bien me sentí!  Mi hija no me ve tan mayor a pesar de los treinta y cinco años de diferencia.

Desde hace muchos años, cuando veo algo que me gustaría conseguir en un futuro: un cochazo, jubilarnos disfrutando del buen tiempo, una casa o cosas así, digo “yo quiero uno así para cuando sea mayor”.  Entonces, analizando esta frase me pregunto ¿Cuándo seré grande?  ¿Cuándo me tocará?  ¿Me tocará?

Con veinte años pensaba que hasta los cuarenta años tenía que esforzarme al máximo y dar lo mejor de mí.  Es la temporada de siembra.  Luego, entre los cuarenta y sesenta, mantendría todo lo que hubiera alcanzado.  Es el momento de asegurar alguna rama que esté caída y seguir.  Por último, a partir de los sesenta años empezaría la temporada de cosecha y de disfrutar del esfuerzo anterior.

Hoy, con casi cuarenta años, no puedo decir que esa teoría es válida.  ¡Al contrario, ya no tiene sentido!  Veo a las personas de mi edad, aún se mantienen en la lucha con el deseo de conseguir más cosas, de alcanzar sus metas.  Mi teoría de hace veinte años ahora está fuera de contexto.

Ahora van cambiando los proyectos que pensé que tendría a los veinte, aunque sigo luchando por hacer realidad mis sueños.  Está claro que lo que deseo ahora para mí dentro de veinte años, tampoco será del todo lo que quiera cuando llegue a la jubilación, pero ¿algún plan tengo que tener, no?

Entonces, ¿tengo que cambiar la teoría?  Vivir y luchar por mis sueños y mantener planes y metas que pueda ir cumpliendo para ser feliz cada día.  Es lo que tengo que hacer, irme a la cama y hacer un resumen positivo del día que me acerque a la meta.

Me he dado cuenta de que todo eso que decía “para cuando sea grande” eran cosas materiales, que no sé si tendré dentro de algunos años, pero de lo que sí estoy segura que quiero “para cuando sea grande” es ser feliz, tener la salud suficiente para valerme por mí misma y ver a mi familia bien.  Cuando hablo con mi hijo de lo que será cuando sea grande, le digo que lo más importante es que pueda hacer algo que le guste y lo haga sentir satisfecho y orgulloso de su trabajo y que le dé el dinero suficiente para vivir dignamente con su familia.  No se puede pedir mucho más a la vida.


Mientras intentaba terminar este texto leí esta frase que me gustó y la comparto: “La clave es ser joven hasta morir de viejo”.




miércoles, 8 de octubre de 2014

Érase una vez en un campanario

En el año 2011 hicimos una visita familiar al Pirineo Aragonés, que es maravilloso.  Hemos ido en primavera, otoño e invierno.  Todavía nos falta ir alguna vez en verano.  Es increíble ver como el mismo paisaje se ve diferente en cada época del año.

Estábamos paseando por el pueblo recuperado Morillo de Tou y luego repetimos, como cada vez, una visita a la Villa de Aínsa . Según he encontrado en su web: Celtas, romanos, musulmanes, cristianos…una historia de diversidad y riqueza que convierte la visita a la Villa de Aínsa en un asombroso viaje en el tiempo, lleno de color y sembrado de maravillosas sorpresas”.    

Es un pueblo asombroso, pasear por sus calles te hace retroceder en el tiempo, no sé cuánto, pero mucho tiempo.  Sus calles empedradas, puertas de madera con aplicaciones de metal antiguas, cada rincón tiene algo que lo hace especial.  Mi respiración es diferente cuando estoy allí.  Tiene ese poder de transmitir su historia cuando paseas por sus calles.

Íbamos paseando, mirando, admirando todo y haciendo fotos de todo, aunque no nos alcanzaban los ojos para ver tanto.  Foto por aquí, foto por allá.  ¡Mira, qué lindo balcón!  ¡Esta puerta es increíble!  Todo eran exclamaciones de sorpresa y felicidad.  La cámara de fotos que llevamos trabajó horas extras, fotos de todo.

Finalmente y después de dar la vuelta completa al pueblo, llegamos a la Torre de la Iglesia de Santa María.  Nos acercamos a su pequeña puerta y colgaba un letrerito que indicaba que se podía subir al campanario.  Nos miramos los unos a los otros y pensamos: ¡Desde arriba podemos hacer más fotos!  Entramos, era una escalera pequeña, en curva, muy estrecha.  Subimos un poco más y llegamos a un lugar donde la escalera se hacía más ancha.  Llegamos a la primera planta.  Ahí no había nada que ver, sólo había un hombre en una mesa pequeñísima, que iba cobrando las entradas.  Pagamos y nos dejó seguir.  Cada vez la escalera se hacía más estrecha, tanto que los hombros ya iban rozando los muros laterales.  Todo se iba poniendo oscuro pero seguíamos subiendo.  Cuando ya me empezaba a agobiar, vi un rayo de luz y era una de las pequeñas ventanas que la dejaban entrar.  Llegamos por fin al campanario.  Había una pareja que dio una mirada más y se fue.  Nosotros emocionados, saltando de un lugar a otro para poder admirar las vistas.  Desde lo alto, íbamos reconociendo los lugares por donde ya habíamos pasado y comentábamos lo que nos había gustado.  Cuando nos tranquilizamos y decidimos hacer fotos, nos dimos cuenta que ya no teníamos batería.  ¡No!  ¡No puede ser posible, justo cuando podíamos tomar las mejores fotos!  Dimos una mirada más y decidimos, resignados, bajar.  Entonces vimos a una pareja haciendo fotos.

El chico se nos acercó y nos ofreció hacernos una con su cámara y enviarla por correo electrónico.  No lo podíamos creer, este hombre desconocido nos salva el día.  Y es que somos así, a veces permitimos que una pequeña cosa estropee todo un gran día.

Le dejé mi dirección de correo electrónico sin mucha esperanza de que nos escribiera alguna vez adjuntando la foto.  Pasaron algunos días, no recuerdo cuántos, pero ya había olvidado este tema, y de pronto, veo un e-mail con un remitente muy extraño, el nombre me asustó al leerlo porque ponía algo como “ángel vengador”.  No lo quería abrir, ¿y si era un virus informático?  Me dejé de cosas tontas y decidí sólo leer el texto y no abrir el archivo que había adjunto, el supuesto virus.  Empecé a leer y eran ellos.  Claro, no sabía su nombre, nunca lo dijeron, pero en el texto indicaban que nos adjuntaban la foto que nos tomaron en el campanario de Aínsa.

Aunque  nuestra excursión había terminado mucho antes y ya estábamos en casa, en nuestra rutina, este mensaje nos hizo regresar a aquella torre, revivir el momento y agradecer lo bien que lo pasamos.


La actitud de Toni me hizo pensar que hay muchas cosas que sólo cuestan un poco de tiempo, una buena intención y una sonrisa y podemos alegrar el día a cualquier persona.



lunes, 29 de septiembre de 2014

Un jardín para no olvidar

Es una casa grande, que ha ido sufriendo muchas reformas a lo largo de los años.  Yo viví ahí poco, menos de diez años, pero fue una etapa maravillosa.

Desde la calle, se veía un muro de ladrillos con dos puertas iguales en cada extremo.  La del lado derecho era la “puerta de servicio” y la del lado izquierdo, la “puerta de las visitas”, que normalmente estaba cerrada con llave.  Hubo una temporada en que nos robaban el timbre o simplemente estaba roto.  Ya no lo recuerdo bien, pero la conclusión es que no teníamos timbre en la puerta de la calle.  Cuando alguien venía, tenía que golpear muy fuerte la puerta de madera y a veces hasta dar algún grito para llamar a la atención.  Otra vez nos robaron la cerradura de la puerta.  No puedo explicar por qué sólo la cerradura, si ya tenían la casa abierta, los ladrones pudieron haber entrado tranquilamente, ¡pero no! se llevaron sólo la cerradura.  Mi abuelo, por las noches, aseguraba la puerta con una tabla de madera que la ajustaba con el primer peldaño de la escalera que había justo al entrar.  Así estuvimos hasta que compraron la nueva cerradura varias semanas después.

Al entrar había un jardín a la derecha y al otro extrema estaba la entrada por la puerta de las visitas.  Mi abuela siempre se preocupaba de tener muchas plantas con flores y que todo se viera muy bonito.

La entrada era un largo camino rojo a lo largo de la casa.  Al lado izquierdo, unos metros después de la escalera, estaba el garaje, que nunca se usó.  Era el depósito.  Ahí podías encontrar de todo lo que quisieras, incluso lo que nunca te habías imaginado.  Mi abuelo, para evitar que nosotros entráramos a jugar o rebuscar o entrara algún ladrón.  Según abrías la pequeña puerta y empezabas a bajar los tres peldaños, te encontrabas con una calavera mirándote, yo creo que hasta sonriendo.  ¡Qué miedo daba mirarla!

La casa, que me quedaba a la izquierda, tenía grandes ventanales en forma de arcos.  Una de esas tardes que mi abuela tenía visita, nos veían entrar desde el salón y eso nos obligaba, según los cánones de la buena educación, a saludar a todos sin tener la posibilidad de pasar desapercibidos.  Esas ventanas daban al jardín y aunque costaba verlo, porque se perdía en el horizonte, había un cable que atravesaba entero, desde el garaje hasta la primera higuera.  ¿Era un tendal de ropa?  No lo recuerdo ahora.  Pero lo que sí recuerdo, es que Tito, el mono, estaba sujeto con una correa a ese cable para que pudiera tener “espacio” para correr y jugar desde el garaje hasta la higuera.  No creo que se haya sentido como en casa, pero estoy segura que se sentía muy bien porque mi abuelo lo mimaba muchísimo.

En el jardín, sobre el camino rojo, mirando al mono distraído, la pared blanca del fondo medio cubierta con más plantas con flores y de pronto se veía venir a toda prisa a Tatiana, la tortuga, seguro que la perseguía mi hermano.  Yo le tenía miedo, creo que alguna vez me mordió.

Tantos recuerdos en ese jardín.  Una vez, mis hermanos y yo planeamos hacer una piscina entre las dos higueras.  No había mucho espacio entre ellas, pero para nosotros era suficiente.  Con las herramientas de playa empezamos a hacer el hueco.  Nos cansamos antes de que fuera muy profundo lo suficiente para meter los pies.  Teníamos trozos de baldosas de alguna reforma de los baños, así que la empezamos a pegarlas sólo con barro.  Cuando terminamos, llenamos el agujero con agua.  Todas las baldosas se cayeron, era un charco profundo de barro.  ¡Qué divertido!  Uno de mis hermanos dejó de jugar a la piscina y decidió escayolarse un brazo con el barro, como si se lo hubiera roto, un asco total, pero que bien lo pasamos.


Como me gustaría volver al jardín de la casa de mis abuelos en Chosica, en la que viví tantos años.  ¡Tantos buenos recuerdos!