domingo, 17 de marzo de 2013

La fragilidad de la vida


Este fin de semana que pasó recordaba cómo, hace unos años me electrocuté.  Es un verbo que no se conjuga fácil en primera persona y en pasado.  No siempre tienes la oportunidad y la suerte de poder conjugarlo.
Pues bueno, ¡Sí! Me electrocuté, aunque suene muy fuerte, pero fue así.  Estaba en mi cocina.  La familia sentada ya a la mesa para cenar y yo regresé para desconectar la olla arrocera de la extensión o alargadera y poder servir el arroz a cada uno.  Con las manos aún húmedas, como muchas otras veces, cogí el conector para desenchufar y al tirar del enchufe, el conector de la alargadera se abrió por la mitad dejando las piezas metálicas internas, conectadas todavía a la electricidad a la vista y al tacto.
Cada vez que recuerdo ese momento lo revivo una y otra vez.  Se me pone la piel de gallina de sólo pensarlo e imaginar cómo pudo haber terminado la historia.
Una de las mitades del conector se me quedó pegada en la mano izquierda.  Yo recuerdo que logré dar un grito de susto y dolor y luego sentir como la electricidad recorría mi cuerpo.  Sacudía mi mano intentando que el conector se despegará, pero sin éxito.  Luego se me vinieron a la mente los típicos consejos de no coger directamente el cable, usar algo de plástico o madera, cosas que no sean buenos conductores de electricidad, pensaba en alguna cosa aislante, pero en mi cocina veía tantas cosas, pero lo único que me parecía que me podría servir eran las cucharas de madera, pero tampoco me resultaban muy útiles.
De pronto sentí una rara sensación.  Entendí que podría ser el fin, mi fin, que de estas cosas se muere la gente, que realmente es peligroso y que si quería seguir viviendo era el momento de luchar.  No recuerdo haber visto mi vida pasar como una película, así como cuentan.  Yo sólo pensé, por primera vez, que me podía morir, que esa posibilidad existe, que era real, que lo estaba viviendo, que si quería vivir tenía que pensar y actuar rápido porque no tenía mucho tiempo.  Tenía que observar alrededor, hacer rápidamente una estrategia que sea exacta y eficiente y actuar sin chistar.
Aunque mi cuerpo iba al ritmo de la electricidad, mi mente decidía que hacer, mi corazón sentía miedo de no poder conseguir lo que mi mente planeaba.  Mis ojos hacían un barrido general por toda la cocina, buscando algo que me pueda servir.  ¡Qué miedo! ¡No quiero morir hoy!
Así que decidí hacer algo por mí misma y por mi vida y por los míos, así que actué.  Aunque meneaba la mano enérgicamente y al ver que no lograba que los conectores metálicos se despeguen de mi mano, con la otra mano cogí el cable, muerta de miedo, pero como dicen, el que no arriesga, no gana.  Así que cogí el cable a unos 20cm del conector, cerré los ojos y tiré con todas mis fuerzas hasta lograr que se despegue.
Recuerdo, como les conté antes, que grité, pero lo que no recuerdo es en qué momento fue.  Me salvé, salvé mi vida en ese momento.  Luché, una vez más, por seguir adelante.  Quizá alguna persona me diga que con ese sacudón, realmente no había peligro de muerte, no lo sé.  Yo sé lo que sentí, el miedo que sentí y como sentí y pensé que podría ser el fin.
Todo fue muy rápido.  Está claro que el tiempo no lo tengo cronometrado, ni  mucho menos lo pude medir, pero creo que no todo esto pasó en menos de 1 ó 2 minutos.  Tan poco tiempo y tantas sensaciones, pensamientos, ideas, decisiones.
Ya más tranquilos después fuimos al hospital, vacunas, curaciones, que aunque las heridas no eran tan grandes, eran suficientes para tener la mano con vendajes.
Ya pasaron casi 5 años desde ese día, que no olvido la fecha exacta.  Todavía tengo las cicatrices en la mano.  Pequeñas huellas que me recuerdan que nuestro cuerpo es muy resistente, que nos podemos caer, rasparnos y hasta hacer heridas profundas, que se nos rompen los huesos, pero todo se puede arreglar, curar.  Pero hay veces que pasa algo que parece menos fuerte o insignificante (no encuentro realmente la palabra adecuada para decirlo), pero de un momento a otro nos recuerda la fragilidad de la vida.  Hoy estamos aquí.  Mañana no sabemos. 
Entonces pensamos un poco más, si la vida que tenemos hoy, es la vida que queremos tener y si somos realmente felices.  En caso que no sea así: ¿Por qué vivir así?  ¿Qué hacemos hoy para ser felices?  No sabemos si tendremos mañana o si mañana estarán con nosotros las personas que son importantes para nosotros.
Decidamos hoy ser feliz y empecemos a tomar decisiones hoy.  Actuemos hoy y ahora que mañana es una sorpresa.