domingo, 30 de enero de 2011

Que la mochila de Alberto pese poco

Siempre había escuchado que la llegada de un hijo te cambia la vida.  Y claro, ¿Qué madre o padre podría decir lo contario?
Cuando Alberto llegó a mi vida, la cambió, me llenó de energía, me hizo crecer, me hizo sentir que tenía mucho dar, mucho que darle y que había que luchar por lo que uno quiere.
Siempre le he dicho que él era y es mi motor para arrancar cada día.  Pero, ¡no es fácil!  Cuesta mucho ser feliz, sentirse feliz y satisfecho con uno mismo y con la vida.  Nadie dijo que era fácil, pero sabemos que tampoco es imposible.

Alberto es un niño muy especial.  Bueno, sí!  Es una opinión poco objetiva, es mi hijo.  Pero doy gracias a Dios, porque me mandó a la persona adecuada con el carácter exacto que necesitaba a mi lado en los años que los dos éramos “nuestra pequeña familia.  Íbamos al mismo ritmo,  nos complementamos.
Lo sentaba en mis piernas, aún siendo bebé y lo miraba a los ojos esperando tener su atención y le hablaba del día, de la vida, de mis sentimientos, de mis planes, de mis pensamientos.  El me miraba con atención como si entendiera lo que le quería decir, compartía conmigo mis días!  Pero de pronto, una vez me respondió y dijo: “mami, todo va a estar bien”.  Mi pequeño todavía pequeño, ya empezaba a hablar, a responderme, que ilusión.  Así que dejaron de ser “monólogos” y pasaron a ser “conversaciones”.
Intenté (y sigo trabajando en este tema cada día) que la base de nuestra relación madre-hijo sea siempre la comunicación y la verdad.  Conversar, expresar nuestros sentimientos.  Hasta ahora va funcionando, a pesar de la tan anunciada “pre adolescencia”.  No se pueden imaginar como este tema ya me empieza a poner nerviosa.  Aunque tengo la sensación que luego, cuando haya pasado “la edad del pavo” todo seguirá bien.
Regresando al tema, que rico es poder conversar con él.  Mi madre siempre decía que “los hijos enseñan a los padres”.  Y yo siempre había escuchado esta frase en mi posición “hija”.  Pero ahora la pienso en versión “madre” y tengo que dar la razón.  ¡Cuánto aprendemos de nuestros hijos!
Ellos, desde su punto de vista más ingenuo, inocente y puro, ven las cosas (todas) desde otro punto de vista.  Todo se ve muy simple, muy básico, más práctico.  Aunque ahora que Alberto está madurando más rápido de lo que pensaba, a veces ve las cosas más complicado de lo que realmente son.  Es cuestión de la edad, digo yo.
En fin, escuchar lo que quiere ser, hacer de su vida, lo que desea de su familia y para su familia, me llena de energía y me recuerda que hay que seguir esforzándose cada día por ser mejor persona, mejor madre, mejor ejemplo.
Para el día de noche vieja (el 31/12/20) tuve una conversación muy especial con él.  Discutíamos como íbamos a recibir el nuevo año.  Hablamos de que hay que esforzarse por ser feliz.  Que todo lo que nos pasa es consecuencia de algo “acción - reacción”.  Que si deseamos pasarla bien, disfrutar, ser felices, hay que trabajar y poner de si mismo.  Comentábamos que era de cobardes no hacer nada y esperar que venga todo como “caído del cielo”, tal como uno quiere, sin esforzarse y luego quejarse que las cosas no salen como uno quiere o espera.  ¡Así no es la vida!  Luego de la conversación, una vez más, me hizo pensar en lo que hablamos y “mi motor” me hizo levantar y darme cuenta que era yo misma la que tenía que generar la felicidad que quería para ese momento.  El también se levantó y empezó a ayudarme y a generar su propia felicidad.  Luego se me acercó y dijo “mami, era de cobardes no hacer nada”.  En ese momento me di cuenta que la conversación que habíamos tenido minutos antes, que a mi me había hecho cambiar mi actitud, a él también le había llegado, le había tocado.  Había entendido y asimilado el mensaje y había actuado.  Me hizo recordar como casi 10 años antes  me decía “mami, todo va a estar bien”.

Ahora tengo que aprender que va creciendo, otra vez reorganizarme y reinventarme como madre, para adecuarme a sus nuevas necesidades. 

Luego, después de escuchar a Alberto, me doy cuenta que somos el reflejo, a nuestro propio estilo, con nuestro “toque personal” de lo que nuestros padres nos enseñaron, nos dieron, nos inculcaron.  Ya luego hemos ido tomando nuestro propio camino y personalizando nuestra propia vida, los estudios, el trabajo.
Pero dentro de nosotros, esa “carga emocional” es la esencia que está ahí, presente.  A veces la dejamos salir a relucir más y otras veces, pues no tanto.

Ahora como padres tenemos que reflexionar sobre esto.  Somos conscientes que toda acción tendrá una reacción.  Somos el ejemplo más cercano y real para nuestros hijos, no podemos enseñarles que “mentir es malo” cuando ven que lo hacemos, inclusive en pequeñas cosas o esas llamadas “mentiritas blancas”.
Así que pensemos, ¿Qué vida deseamos para nuestros hijos, mientras viven con nosotros, cuando hayan crecido y les toque tener su propia familia?
Este es el momento de crear la "carga emocional" que deseamos para nuestros hijos, es el momento de que sea lo más ligera posible.

En la próxima publicación ya les contaré “El efecto Aitana en mi vida”.

Hasta la próxima, espero que les haya gustado.