sábado, 29 de junio de 2013

Cuando aprendí a ser feliz



Aunque, en realidad, hasta hoy y seguro que por siempre, seguiré aprendiendo a ser cada día un poquito más feliz.  Es verdad que hace varios años la encontré, a la felicidad me refiero, pero hoy la sigo buscando y casi todos los días la encuentro una y otra vez en las pequeñas cosas del día a día: en una sonrisa sincera, en una palabra de aliento, en la mirada de mis hijos, en el abrazo de mi esposo, en el cariño de mis padres y vamos en casi todo, que la vida es muy corta y hay que intentar ser feliz.
Hoy se me vinieron a la mente recuerdos de hace muchos años, quizá unos 13 ó 15 años atrás o alguno más.  No puedo decir que en esa época no era feliz.  Ya sabemos que la felicidad es relativa, además que la propia y eterna búsqueda de la felicidad, nos da la oportunidad de ser felices según vamos alcanzando “eso” que deseamos tanto.
Como les contaba, hoy durante un simple intercambio de saludos y sonrisas, recordé lo fácil que resulta ser feliz.  Vinieron a mi mente recuerdos, de como hace muchos años, estos pequeños detalles en realidad no causaban ningún efecto en mí.  Vivía para mi, que intentaba no hacer daño a nadie.  Tenía una vida, bien, tranquila, según lo que recuerdo que sentía o que creía.  Recuerdo los planes de vida que tenía, lo que quería lograr y como quería que sean las cosas.  Vivía en mi cápsula, en mi burbuja, con mis ideas, pensamientos y sentimientos.  No recuerdo que me sintiera equivocada, vivía mi verdad.  Creía que tenía todo para ser feliz y que nada tenía que cambiar.  Así todo estaba bien y así me podría quedar “para siempre”.
Un día mi vida dio un vuelco total.  La vida me cogió de los pies, sin hacerme caer, me puso de cabeza y me meneó un poco (bueno bastante, en realidad) para que recordara que estaba viva y que no todo es como creemos y queremos.  La vida está para vivirla, disfrutarla y ser feliz.
Luego de este meneo y al lograr poner los pies otra vez en la tierra me quedé agobiada con lo que tenía delante, acojonada para ser más exactos.  Fue la primera vez en mi vida y que por instinto, paré, respiré, miré a mi alrededor y empecé a vivir paso a paso, poquito a poco.  Además encontré dentro de mí la fuerza que necesitaba para seguir adelante con lo que venía y con lo que llegaría más adelante.
Al darme el tiempo para observar y analizar mi alrededor, pude ver muchas cosas que antes nunca había visto y siempre estaban ahí.  Aprendí que el orgullo no me iba a llevar lejos.  Al contrario, no me llevaría a ninguna parte.  Me hacía ver todo más oscuro de lo que realmente era.  Existían tantas barreras en mi mente que eran tan fáciles de superar, simplemente aparcando el orgullo.  Así que aprendí (aunque a veces tengo que revisar la lección) que tengo que guardarlo en algún cajón por ahí (y tirar la llave) y así es más fácil afrontar mi vida  ¡Cuántas veces perdemos tantas oportunidades, amistades, experiencias por resguardarnos detrás de un orgullo tonto que a la larga (y a la corta) no nos sirve de nada ni nos ayuda en nada.  Descubrí nuevas personas, nuevos sentimientos.  Mi mochila personal empezó a perder peso.
Siempre recuerdo que RD, uno de los jefes de proyecto con los que trabajaba, pocos meses después que enviudé, vino a mi mesa, se sentó, respiró y me dijo “¿Cómo estás?”  Por mi parte, desde que lo vi llegar, inmediatamente pensé en el posible trabajo que podría tener pendiente con él y su proyecto, si tenía algo importante que comentarle o intentar adelantarme a lo que podía necesitar, así que mi respuesta rápida pero sincera fue: “Bien, estoy bien, gracias”.  El me miró y me dijo que le respondiera de verdad y añadió: “Hoy no he venido por trabajo.  Vengo sólo a ver cómo estás y a decirte que te escucho si quieres hablar”.  Yo le dije que de verdad estaba bien, ese día estaba bien, no le mentía.  Luego entendí realmente su pregunta y pensé si podría estar de otra manera que no sea bien.  Es verdad que era una etapa muy dura y difícil, pero, a pesar de la pena y mis sentimientos, tenía tantas otras cosas para estar bien.
Aprendí el valor real de preguntar (y responder) “¿Cómo estás?”  Parece tonto.  ¿Cuántas veces al día hacemos esta misma pregunta?  ¿Unas diez o veinte veces?  Quizá un poco menos, quizá algo más.  Depende el día seguramente.  ¿Cuántas veces respondemos “bien” cuándo nos lo preguntan?  Aprendí que a pesar de los problemas de hoy, tenemos salud, nuestra familia, amigos de verdad y tantas otras cosas por las que podemos decir que estamos bien y somos felices.  Una temporada después aprendí la lección e hice lo que RD hizo conmigo.  Me ponía delante (virtual o físicamente) y conociendo la importancia de preguntar “¿Cómo estás?” con el único interés real de saber cómo estaba esa persona, cómo le iba, se lo decía.  Tenía un amigo que la pregunta siempre era “¿Y tú cómo estás?  ¡Pero de verdad!”
Así también y como les conté más arriba, valoré que hay muchas cosas para ser feliz a pesar de lo que en este momento no sale como nosotros queremos o hemos soñado.
Y finalmente entendí el truco de esto de la felicidad.  Me di cuenta que no dependía de nada ni de nadie.  No tenía que ver con planear una excursión y que haya buen o mal tiempo.  No tenía que ver con que mis planes salgan como yo los había imaginado o quería.  No tenía que ver con quién esté a mi lado o si estoy sola.  ¡No!  Tenía que ver sólo conmigo, en realidad “conmigo misma”.  Tenía que ver con mi actitud, con la forma que quería tomar mi vida a partir de ese meneo.  Con mi propia decisión de ser feliz y sonreir.
Problemas tenemos todos.  En algunas épocas ni nos damos cuenta que los tenemos, en otras, parece que es lo único que tenemos.  Pero siempre tenemos tantas otras cosas y seguro muchas más por las que agradecer y ser feliz.
Sí, lloro y me desespero, por temporadas más que por otras.  El stress y la ansiedad me enferman o estoy enferma de stress y ansiedad, no sé quién llegó primero, el huevo o la gallina, cómo dicen.  Pero sobre todo en esta última temporada, que las cosas no van saliendo como lo imaginé o como quisiera, recuerdo que tengo mucho más motivos para ser feliz.  Reafirmo mi FE y mi teoría que todo llegará en el momento exacto, que no tengo que dejar de luchar y esforzarme por lo que quiero, pero que llegará cuando sea el momento.  Cierro los ojos y entonces empiezo a ver las cosas diferente y veo todo lo bueno que me pasa cada día y digo “hoy soy feliz”.