domingo, 10 de marzo de 2013

Menuda etapa la que me espera


Ya lo dicen siempre, que cuando somos niños queremos ser como nuestros padres, que son como sabios, los mejores súper héroes y de grandes quisiéramos ser como ellos.  Cuando somos adolescentes, nos damos cuenta que no son tan sabios como imaginábamos y menos súper héroes y por favor, que no seamos igual que ellos.  Pero cuando somos adultos como nos gustaría parecernos un poco como ellos.
¿Quién iba a decir qué a pesar de haber tenido a mi hijo relativamente joven, con 25 años, hoy estaría al borde del colapso nervioso al tocarme ya la etapa de la adolescencia?  Pensé que al tener a mi hijo joven, cuando le tocara vivir su adolescencia yo también estaría más joven para entender sus rollos y pasarla de una mejor manera.  Pero creo que esto no tiene que ver con la edad de los padres o realmente eso, no es lo más importante.
Siempre hemos escuchado que la adolescencia es una etapa complicada, que tenemos que sacar paciencia y sabiduría desde lo más profundo de nuestro ser y más de la que creíamos que podríamos tener.  Aunque, alguna vez ya nos gustaría, al mejor estilo Homero o Homer Simpson, coger al hijo por el cuello hasta que saque la lengua.  Y sí, yo soy de la teoría de ¡NO a la violencia!
Intento recordar la época de mi adolescencia.  Quiero imaginar cómo lo hicieron mis padres con dos hijos adolescentes a la vez.   Y que haya sido a la vez, no significa que haya sido más fácil o más difícil, porque a cada uno se le da por algo y que todos los padres reaccionan diferente manera según las adolescentes sorpresas y reacciones de cada uno de hijos.
Mis padres siempre estuvieron a mi lado.  Ellos siempre actuaron con disciplina, manteniendo una línea, pero sobre todo con mucho amor, paciencia y entrega.  Recuerdo las largas conversaciones con mi madre, intentando con mucha paciencia hacerme entender y enseñándome la diferencia entre el bien y el mal y lo que es importante y lo que no y que aprenda a tomar mis mejores decisiones.  También recuerdo a mi padre, las pocas veces que él intervenía en estas conversaciones.  El es un hombre de pocas palabras y lo resumía diciendo que: la palabra adolescencia venía de la palabra “adolecer” que significa carencia, falta de algo.  El remataba diciendo que entonces, era durante esta etapa carecíamos de falta de criterio, de sentido común y bueno más variantes según el tema, origen de la conversación.  En esa época, que pensaba que todo lo sabía y que además, sabía más que nadie, incluyendo a mis padres que no me entendían, obviamente no entendía esa frase.  O sí la entendía pero no la comprendía en el fondo y menos la compartía.  Sin embargo ahora pienso, que esas palabras son sabias.
Escuchas tantas historias sobre la adolescencia, te dicen que esta es la etapa en la que te ganas a tu hijo o lo pierdes para siempre, aunque suene trágico y fatalista, pero seguramente el hecho de decir “lo pierdes para siempre” no significa que no lo volverás a ver (aunque hayan algunas historias así), pero sí que las bases o los cimientos de la relación adulta entre padres e hijos se verán afectadas para siempre.
Siempre he pensado que hay tantas formas de crías a los hijos, que cómo  saber que estamos aplicando la correcta o la más adecuada.  Parto de la premisa que criamos a nuestros hijos basándonos en el amor infinito, en el deseo de darles lo mejor y que puedan tener una buena vida, en el futuro, llena de amor, paz interior, buenos sentimientos y que la mochila sea ligera de emociones negativas.  Bueno, así esperamos que sea recibido y asimilado, pero durante esta etapa en la que se adolece de buen criterio, uno realmente no puede estar seguro que lo que se dice o hace, nuestro niño lo asimila en ese mismo sentido o proporción.  Lo malo o triste es que los resultados los vemos cuantos nuestros hijos ya son adultos y es más difíciles corregir el camino.  Cuando nuestro hijo ya tiene 30 años y tiene su vida encaminada, en ese momento ya sólo nos queda cosechar lo sembrado durante su adolescencia.  Aunque lo hicimos con mucho amor, quizá nos equivocamos en la forma, aunque nuestro fondo era válido y correcto.
Uno tiene la oportunidad de ver a tantas personas y las relaciones entre padres e hijos.  Ves a los hijos cuando son adultos y las relaciones con sus padres y todo tiene sentido, todo tiene explicación en cómo fueron criados, como fueron tratados y cómo se les dio y enseñó a querer y respetar.  Quizá los padres que por evitar el mal rato y enfrentamiento con los hijos los dejaron ser o como dicen ahora “ir por libre”, evitar amargarse la vida y dejar a los hijos a su bola, cada uno a su ritmo, con su propia rutina, que aunque viviendo en la misma casa, parezca más una pensión que un hogar, donde finalmente los padres hacen su vida según su rutina y los hijos hacen la suya.  Al final y como todo en la vida, cual boomerang nos regresa.  Y de mayores cosechamos.
Al haber tenido a mis padres ahí, a mi lado, apoyando, guiando y enseñando durante esa etapa, ahora, tengo la relación que tengo con ellos.  A pesar, como todo adolescente, que les ponía mala cara y mi frase a cualquier orden o pedido siempre era “¿Por qué siempre yo?  ¡Tienen más hijos!”  Y cuántas otras cosas más que no recuerdo o que estratégicamente mi mente no quiere recordar más.  No recuerdo realmente si se me haya dado por algo en especial, pero las cosas típicas, pues claro que sí.
Con las historias que uno escucha me siento tan presionada y angustiada por hacer las cosas bien, que al final, dentro de 25 años pueda ver con resultados que la estrategia funcionó, que con amor e invirtiendo tiempo en nuestros hijos las cosas salen mejor.  Deseo ver a mis hijos adultos, ya quizá con sus propias familias y que sean personas de bien, con buenos sentimientos, sin traumas ni rencores, con una mochila ligera de equipaje emocional.
Sé que recién estoy empezando esta nueva etapa.  Otra vez tengo que buscar en mi interior y reinventarme de la manera adecuada para llegar a mi hijo y de la forma que él me necesita a su lado para ser su guía, su compañía durante este tiempo, lo que dure.  Tengo que buscar el punto medio entre protegerlo y enseñarle a vivir y guiarlo para que tome sus propias decisiones, a valorar lo que vale de verdad y sobre todo la importancia de tener y mantener unida a la familia.
Recién empiezo  y cuando termine con el primero espero tener algo de tiempo para recuperarme y empezar con la pequeña, que visto lo visto ya pinta formas y veo que será diferente.  Quizá y ahora lo imagino, será menos “guerra psicológica” pero sí más esfuerzo físico tipo “quiero ir a la fiesta”, “recógeme de la fiesta”, “un ratito más”, etc., etc.
Si mis padres pudieron con nosotros, supongo que yo también podré.  Las personas, los tiempos, las sociedades y varias cosas son diferentes, así que el único patrón que tengo para hacer las cosas es basarme en el amor.  Espero tener la paciencia, sabiduría, cordura y fuerzas necesarias para conseguirlo con el mismo éxito que ellos lo hicieron.
Sí, sí, sobreviviré.
Así que inhalo mucha paciencia y sabiduría para poder exhalar mucho amor.