Además del saludo de cumpleaños de mi padrino de este año, me envió un
par de reflexiones que me parecieron muy interesantes y desde ese día no dejo
de pensar en ellas. Me preguntó que
pensaba sobre la libertad y sobre el legado genético.
Hoy comento sobre la libertad, que es el tema que más tiempo me ha quitado, el que recuerdo con más frecuencia, reafirmando mi teoría.
Él me comentaba que si partimos de la premisa que no elegimos si nacer
o no, el lugar, si hombre o mujer, el aspecto físico, cuando morir, entonces,
¿somos realmente libres? Son cosas muy
importantes y que marcan el resto de nuestra vida, detalles que no podemos
aceptar, rechazar o modificar. Por eso, mi opinión es que la libertad como tal no existe completamente.
Podemos darnos el lujo de elegir algunos pequeños detalles de nuestra
vida, pero si observamos con atención, son las mínimas cosas y no tienen mayor
efecto.
Siempre dependemos de cómo hay que comportarse, de cumplir con nuestras
actividades y responsabilidades como mandan los cánones de la educación y las
buenas costumbres. Podemos considerarnos
libres para elegir un camino u otro, pero para optar por uno de ellos hemos de evaluar muchas cosas y el resultado no es siempre el que queremos. Durante
nuestra vida, sentimos que vamos tomando decisiones con libertad, pero si lo
analizamos todo tiene un trasfondo que nos empuja a hacer algo o dejarlo pasar.
Entonces, ¿existe la libertad?
Por ejemplo, en una relación, ya sea de pareja o amistad, siempre se
tiene que ceder, dar y recibir, sentir que las dos partes están en igualdad de
condiciones. Las relaciones se basan en
un equilibrio, para que nadie se sienta dominante ni tampoco sometido. Pero es muy fácil cruzar esa delgada línea de
lo justo y correcto. Hay parejas en las
que uno de ellos se queja de su falta de libertad, de estar sometido a los
gustos y pensamientos del otro. He
escuchado historias de parejas en las que, hasta los ochenta años, uno de ellos
sometía al otro, que pasó la mayor parte de su vida en un sillón, delante del
televisor, dándole la razón en todo. ¿Podríamos decir que ha sido libre al
decidir vivir sin libertad?
Se mezcla todo. Elegimos
estudiar una profesión porque nos gusta o simplemente porque es tradición en la
familia que seas médico o abogado o lo que sea y luego a trabajar. No siempre tenemos la suerte de elegir el
trabajo. Normalmente el trabajo nos
elige a nosotros y ahí seguimos. Con
responsabilidad, como tiene que ser. No
podemos decidir un día no ir a trabajar porque nos apetece quedarnos en casa y
además tenemos que ir vestidos de la manera adecuada. Sólo podemos elegir la ropa que llevaremos
ese día, guiándonos por las predicciones del tiempo y las actividades.
En fin, al parecer la libertad es una de esas utopías más de nuestros
días. Queremos tantas cosas y creemos
que es lo que queremos, pero no reflexionamos sobre lo que nos empuja a desearlas.
Entonces, ¿cuándo somos libres?
Quizá los consigamos en esos momentos que tenemos un poco de tranquilidad
y paz interior. Ese espacio de tiempo
que apartamos la mente de todo lo mundano y rutinario. Cerramos los ojos y viajamos a ese lugar en
el mundo, en el que hemos estado antes, ese sitio que es importante para cada
uno y que nos transmite seguridad y sosiego.
Disfrutar estando ahí, con la brisa en la cara, cuando todo acompaña
para que ese momento sea de total y absoluta libertad.
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