lunes, 28 de abril de 2014

Redes

Mi colegio estaba,  y todavía está, en las afueras de Lima y nos costaba más o menos una hora llegar en el autobús escolar.  Tengo tantos recuerdos de los viajes, por las mañanas tenía tiempo suficiente para terminar algún deber que se me hubiera quedado por hacer o para estudiar para algún examen, y por las tardes teníamos tiempo para conversar con las compañeras y hasta para dormir un poco y recuperarse del madrugón.  También recuerdo la etapa cuando Perú fue azotado por el terrorismo.  La carretera atravesaba algunas localidades que estaban catalogadas como “zona roja” y, varias veces, los pobladores bajaron hasta la carretera y la cerraron haciendo piquetes.  Nosotros esperábamos tranquilos en el autobús.  En esa época no se llevaban móviles ni nada y nosotros con la única ilusión que los profesores responsables en el autobús decidan regresar y no ir a clases ese día por motivos de seguridad.
El colegio era femenino y bastante estricto.  Estaba dirigido por monjas alemanas con una doctrina religiosa muy conservadora pero a la vez de vanguardia, con ideas y conceptos modernos y actuales, para la vida real.  Puedo decir que mi experiencia fue grata y me ha dejado muy buenos recuerdos y las mejores amigas para toda la vida.
Era un colegio pequeño, una o dos clases por año y la mía era especialmente pequeña, tanto que, al final, sólo nos graduamos dieciocho alumnas.  Al resto las perdimos por el camino.  Las que llegamos hasta el final veníamos desde de infantil, con alguna repesca de repetidoras o alguna nueva incorporación durante la vida escolar, la mayoría nos conocíamos desde los cuatro o cinco años, desde siempre.  Aún mantengo amistad y relación con casi todas, a pesar de mi intolerancia al teléfono y de que vivo fuera de mi país, intentamos estar siempre en contacto.  Vamos buscando canales de comunicación para estar al día de nuestras vidas y que la distancia física, las diferencias horarias y demás obstáculos no sean impedimento para perder la pista de alguna.  Son esas personas a las que tú les cuentas lo que quieres, ellas entienden lo que piensas y perciben lo que siente tu corazón.  ¡De las que no se puede engañar, de las mejores amigas!
Teníamos una compañera que, durante el año escolar en Perú, estaba con nosotras y en las vacaciones de verano venía con su familia a Europa para estudiar en un colegio de aquí.  Así aprendía otro idioma y las costumbres del país anfitrión.  Las compañeras de clase no entendíamos como podía vivir sin vacaciones, siempre estudiando, ya sea aquí y allá,  pero siempre tenía que ir al colegio.  ¡Todo estaba tan organizado en su familia!  La percepción que tengo es que su madre, que también había estudiado en nuestro colegio, era muy exigente y la exprimía al máximo.  Casi como yo quisiera que mis hijos aprovechen su etapa escolar y aprendan todo lo que puedan, que ahora es el momento.  Dos o tres años antes de terminar el colegio, con unos catorce o quince años, a esta compañera la cambiaron de centro.  Nunca entendí muy bien por qué sus padres tomaron la decisión de sacarla de la escuela a la que había ido desde los cuatro años y, más aun, cuando no faltaba casi nada para terminar.  ¡Decisiones de padres!  No sé quién lo quiso así, pero ella no tuvo más relación con las compañeras del viejo colegio.  Ella nunca nos dijo nada o yo nunca me enteré.  Imagino que ella sí recibió alguna explicación que la dejó satisfecha, quizá sólo aceptó la decisión de sus padres, no lo sé.  Luego, a través de esta compañera con la que mantuvo relación, nos enteremos que los padres habían considerado adecuado hacer el cambio porque en el nuevo colegio tendría mejores relaciones, que serían importantes para el futuro.  El nuevo colegio estaba en la ciudad de Lima y es verdad que las chicas que iban a ese centro eran de un nivel socio-económico más alto que el de la escuela que íbamos nosotras, no había el peligro de ir cada día por la carretera, ni tantas otras cosas.  Durante muchos años este tema me ha dado vueltas en la cabeza.  Me preguntaba qué había en nosotras que podría perjudicar el futuro de nuestra compañera.  ¿Es realmente cierto que las relaciones son tan importantes en la vida?
Durante mucho tiempo pensé que los amigos son los amigos y son las mejores relaciones y más aun, si son de toda la vida.  Sinceramente, me costaba mucho entender la decisión de aquellos padres.  Ahora, después de dar muchas vueltas a este tema, he entendido su decisión.  Aunque entender no significa justificar o estar de acuerdo por completo.
Me he dado cuenta que las relaciones y hoy llamadas “redes” son importantes para todos.  Son importantes porque, según con quien nos relacionemos tendremos unas u otras oportunidades.  Eso no significa aprovecharnos o exprimir a nuestros amigos.  ¡No voy a eso!  Quiero decir, tenemos la posibilidad de tener cosas tan básicas como diferentes temas de conversación, tenemos acceso a personas tan diferentes y con su vida enriquecer la nuestra.  Cada red tiene un tema en común, que es el motivo de su creación.  Cada miembro de la red, aunque tiene esa característica en común con el resto, tiene su propia vida, personalidad, ideología, que enriquece el círculo y lo hace más interesante, vivo y seguramente feliz.
Hoy entiendo la importancia de las redes y las relaciones.  Tengo la suerte de formar parte de diferentes redes y de tener muy buenas relaciones y amigos.  Algunos vienen de toda la vida, otros de los últimos meses.  Todos enriquecen mi vida compartiendo sus experiencias y sus vivencias.  Voy aprendiendo mucho y, sobre todo, lo disfruto.  Cada uno tenemos una forma particular de expresar y contar nuestras historias, así que aunque sean similares, siempre son diferentes.
Les puedo contar, por ejemplo de una de las redes en las que participo.  Es el huerto.  Seguro los que más me conocen ya lo han visto.  Somos un grupo de mujeres que vamos trabajando un huerto en común.  Vamos sembrando, regando y limpiando lo que al final del verano vamos a cosechar.  Imagino que si nos vemos por separado no tenemos mucho en común.  Seríamos una abogada madura y jovial que nos acoge y nos demuestra que con esfuerzo y determinación se puede llegar lejos, una periodista que da clases de escritura y transmite muy buena energía, una reumatóloga amante de las hogueras, una estudiante de teatro con una gran sonrisa y carisma para los niños, una entomóloga, otra periodista, una mujer en paro que espera encontrarse al llegar a los cuarenta y alguna más.  Nos ha unido el reto y la pasión del huerto, de hacernos hortelanas y pasar nuestros ratos ahí, al sol, disfrutando de la tierra y sus frutos.
Además están mis otras redes, las amigas del colegio, los amigos de verano, las madres del colegio de los hijos, los amigos de toda la vida y los de ahora, la familia.  Tantas personas a mí alrededor para no sentirme sola, para saber que si caigo tendré una red que me aguante y soporte mi caída.

Ya lo sabes, no te quedes solo.  Uno solo puede llegar muy lejos y crecer mucho, pero siempre llegarás más lejos y crecerás más si vas acompañado.