En mi comunidad somos muchos vecinos.
En el mismo portal hay dos torres, la de la derecha y la de la
izquierda. Cada torre tiene diecinueve
plantas de altura. En total seremos unas
setenta familias más o menos. Nosotros
somos inquilinos, así que no participamos en las reuniones de propietarios y no
tenemos muchas posibilidades de conocer a los demás pero, después de vivir en
esta comunidad casi nueve años, ya vamos conociendo y reconociendo a los
vecinos de nuestra torre. La mayoría son
familias, pero hay muchas personas mayores que siempre cuentan de cuando
compraron los pisos en planos y vinieron a vivir aquí, y no había nada
alrededor.
Entre todo este gentío vive un hombre de unos cincuenta años; el
hombre es bastante raro. Más o menos mide
un metro ochenta, pero debe pesar sólo unos cincuenta a sesenta kilos. Tiene la tez blanca y pelo negro que, con los
años, se ha empezado a poner canoso.
Coincidir con él en el ascensor es una experiencia desagradable. Cuando vinimos a vivir aquí intentábamos ser
respetuosos: saludar siempre, sonreír y cuidar los pequeños detalles. Pero con este señor, que siempre está muy
callado, con la cabeza gacha, como buscando monedas por el suelo, que decía mi
abuelo, es muy difícil. La experiencia
es desagradable porque olía mal, pero no por falta de higiene. Este hombre, al parecer, fuma muchísimo. Tiene las puntas de los dedos amarrillentas
de apurar el cigarrillo hasta el final, de dar la última calada para que cunda
más. Siempre está fumando, incluso dentro
de la comunidad. Hace varios años
pusieron unas pegatinas o stickers en las puertas de los ascensores, en las que se indicaba que estaba
prohibido fumar. Ahora, mientras espera
en el rellano, tiene el cigarrillo encendido y va fumando tranquilamente, al
llegar el ascensor lo apaga con mucha delicadeza y lo guarda. Imagino que ya en casa lo encenderá otra vez.
Siempre me he preguntado a que se dedica, si trabaja o tiene alguna
pensión para poder vivir y mantenerse dignamente. Al parecer no tiene ningún horario claro,
porque a cualquier hora lo puedes ver subir o bajar, o lo puedes encontrar
sentado en el banco del parque, frente al portal, siempre con un cigarrillo en
la mano.
Quisiera conocer sus pensamientos, conocer mejor su vida para entender
que lo ha llevado a este punto. No me
refiero al hecho de que fume tanto, me refiero a que siempre esté solo, a su
apariencia, aunque limpia y desgastada, a su soledad. Me gustaría poder entender su silencio.
Hace varios meses va siempre acompañado por una mujer que, como él,
lleva un cigarrillo en la mano, que también tiene esa mirada perdida; de
tristeza que duele solo verla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario