domingo, 24 de agosto de 2014

El vecino

En mi comunidad somos muchos vecinos.  En el mismo portal hay dos torres, la de la derecha y la de la izquierda.  Cada torre tiene diecinueve plantas de altura.  En total seremos unas setenta familias más o menos.  Nosotros somos inquilinos, así que no participamos en las reuniones de propietarios y no tenemos muchas posibilidades de conocer a los demás pero, después de vivir en esta comunidad casi nueve años, ya vamos conociendo y reconociendo a los vecinos de nuestra torre.  La mayoría son familias, pero hay muchas personas mayores que siempre cuentan de cuando compraron los pisos en planos y vinieron a vivir aquí, y no había nada alrededor.

Entre todo este gentío vive un hombre de unos cincuenta años; el hombre es bastante raro.  Más o menos mide un metro ochenta, pero debe pesar sólo unos cincuenta a sesenta kilos.  Tiene la tez blanca y pelo negro que, con los años, se ha empezado a poner canoso.  Coincidir con él en el ascensor es una experiencia desagradable.  Cuando vinimos a vivir aquí intentábamos ser respetuosos: saludar siempre, sonreír y cuidar los pequeños detalles.  Pero con este señor, que siempre está muy callado, con la cabeza gacha, como buscando monedas por el suelo, que decía mi abuelo, es muy difícil.  La experiencia es desagradable porque olía mal, pero no por falta de higiene.  Este hombre, al parecer, fuma muchísimo.  Tiene las puntas de los dedos amarrillentas de apurar el cigarrillo hasta el final, de dar la última calada para que cunda más.  Siempre está fumando, incluso dentro de la comunidad.  Hace varios años pusieron unas pegatinas o stickers en las puertas de los ascensores, en las que se indicaba que estaba prohibido fumar.  Ahora, mientras espera en el rellano, tiene el cigarrillo encendido y va fumando tranquilamente, al llegar el ascensor lo apaga con mucha delicadeza y lo guarda.  Imagino que ya en casa lo encenderá otra vez.

Siempre me he preguntado a que se dedica, si trabaja o tiene alguna pensión para poder vivir y mantenerse dignamente.  Al parecer no tiene ningún horario claro, porque a cualquier hora lo puedes ver subir o bajar, o lo puedes encontrar sentado en el banco del parque, frente al portal, siempre con un cigarrillo en la mano.

Quisiera conocer sus pensamientos, conocer mejor su vida para entender que lo ha llevado a este punto.  No me refiero al hecho de que fume tanto, me refiero a que siempre esté solo, a su apariencia, aunque limpia y desgastada, a su soledad.  Me gustaría poder entender su silencio.


Hace varios meses va siempre acompañado por una mujer que, como él, lleva un cigarrillo en la mano, que también tiene esa mirada perdida; de tristeza que duele solo verla.