lunes, 24 de octubre de 2016

Un sueño muy real



Anoche fue una de esas noches en las que me fui a dormir más pronto de lo habitual, quise estar en la cama, la primera noche con el edredón de plumas y quería disfrutarlo viendo televisión desde la cama y calentita.

En fin, me puse algún programa en la televisión que ahora mismo ya no recuerdo bien cuál era.  ¿Será que me estoy haciendo mayor? O, simplemente puse cualquier cosa por pasar el rato o estaba cansada y media dormida y por eso no me acuerdo.

Me quedé dormida en algún momento, pero de pronto, y no sé por qué, me desperté sobre las 2 de la madrugada.  Hice un recorrido viendo dónde estaban todos porque Jorge, mi esposo, no estaba en la cama.  Él recién se estaba preparando para irse a dormir.  Apagué la televisión, que aún seguía encendida y media vuelta y a seguir durmiendo.  Como todos, al despertarme, no siempre recuerdo los sueños que tengo y creo que, siempre soñamos algo, sólo que, por lo que sea, algunas veces los recordamos más y otras veces no tanto o sólo “escenas” puntuales de nuestros sueños.

Ya por la mañana, cuando se despertó mi hija, se me acercó, aún soñolienta, y me dio un súper abrazo, de esos que sólo tus niños te pueden dar.  Casi se me puso la piel de gallina al cerrar los ojos y sentir su abrazo y recordar perfectamente mi sueño y la sensación que sentí durante el sueño.



Resulta que mi sueño iba de una fila, una larga fila para saludar a alguien en una Iglesia, lo que no tiene mucho sentido, porque no se trataba de algún acto religioso.  Era muy raro, no recuerdo lo anterior o cómo y por qué llegué ahí, sólo recuerdo que estábamos en una fila porque había alguien famoso o importante (que no siempre es lo mismo).  Conforme iba llegando a los primeros puestos de la fila, veía que había una mesa y tres hombres sentados ahí y las personas pasaban por delante saludando de la mano a cada uno, algunos sólo saludaban y seguían de largo, otros se detenían y cruzaban algunas frases con algunos de ellos, otros pedían un autógrafo y algunos el infaltable selfie. Cuando faltaban pocas personas para que me toque, el hombre que estaba en medio se levantó y fue hacia atrás, alguien tenía algo importante que decirle.  En mi sueño sentía que esa era la persona que a mí me interesaba y no quería pasar de largo sin saludarla.  Así que, cuando me tocó pasar, intenté buscar con la mirada a aquel hombre que estaba sentado en medio y, con sorpresa, lo conseguí.  Su respuesta fue la mejor que me pude esperar, me miró y sonrió.  Me hizo una señal de que espere y rápidamente vino hacia mí.  Era él, me dio un abrazo de esos que sólo él me podía dar.  De pronto sentí una paz infinita, todos mis pensamientos y preocupaciones desaparecieron.  Con su abrazo, él me fue alejando de la mesa y así abrazados empezamos a hacer una especie de baile juntos, unidos los corazones, me iba diciendo cosas al oído que me daban aún más paz.  Empecé a escuchar al resto de la gente, el ruido era cada vez más alto, la gente se quejaba porque estaba tardando mucho, que tenía que irme ya que todos quería hablar con él.  Dejé de seguirle el ritmo y le dije que las demás personas también querían estar con él y que sería correcto que ya terminemos.  Él me abrazo aún más fuerte y me dijo que era nuestro momento después de mucho tiempo y que los demás podían esperar o seguir.  Me sentí bien y reconfortada.  Me empezaron a venir a la mente tantos buenos recuerdos.  Cerré los ojos, respiré y recordé.  Me sentí más reconfortada y tranquila.  Esa sensación de que todo gira alrededor pero que tú vas a otra velocidad, en este caso, todo iba en cámara lenta.  Después de un rato, dejamos de bailar.  Nos separamos y nos empezamos a alejar.  No sentí pena.  Me sentía muy bien.


El abrazo de mi hija por la mañana me hizo recordar ese sueño y pensé: “¡Papapa, te extraño tanto!”


lunes, 26 de septiembre de 2016

Flipo en colores


… y a veces en technicolor y con surround




 “Flipo en colores” es una expresión muy española o por lo menos una frase que aprendí aquí.  Busco su equivalencia en “peruano” o en un español más internacional y dando muchas vueltas, me parece que es algo así como sorprenderse y ya imagínate si además de sorprenderte lo haces a todo color y con sonido envolvente.  ¡Debe ser la “repera”!  ¿No?


Por flipar, pues flipo mucho con varias cosas de la vida cotidiana.  Aunque hayan pasado más de diez años que vivo aquí, hay cosas a las que todavía no me acostumbro, a pesar que intento integrarme, y a otras cosas que me sorprenden enormemente.  Quizá tiene que ver con nuestras propias costumbres en un país que nos ha acogido y otras, simplemente, en la forma de ser de las personas.





Resulta que hace unos meses me anoté a un taller sobre lo que sea (es que no viene al caso y exactamente no me acuerdo de qué era).  Este taller estaba dirigido a personas en búsqueda activa de empleo.  Al llegar, rápidamente observé la disposición del aula, que era en forma de U, así que me senté en la base de la U para tener una vista directa a la ponente del taller.  Desempaqué mi kit de “tomar notas”, unas hojas y mi pluma, que nunca me falta.  Ya estaba bien sentada esperando a que empiece el taller.  A continuación, ya lista y ansiosa esperando a que empiece el primero de una lista interesante de talleres veía llegar al resto de mis compañeros e iban poniendo sobre la mesa sus móviles y quizá alguna botella de agua, ni lapicero o un boli, ni una libreta o un triste trocito de papel, ni nada.  Cuando la ponente entró y empezó a repartir una carpeta con la información de dicho taller y al terminar preguntó si a alguno de nosotros nos hacía falta un boli para tomar notas.  Me sorprendió verla con una caja entera.  Más de la mitad de los participantes levantó la mano pidiendo un lapicero.  Iba viendo toda la escena y pensaba en que si todas estas personas se habían apuntado al taller con un par de meses de anticipación, como no se prepararon la noche anterior o al salir de casa.  ¿No pensaron que iban a necesitar un bolígrafo y, por consecuencia, un papel?  Pero, ¡no!



La ponente repartió uno a uno los bolígrafos.  Todos agradecidos de tan gran regalo, hasta que llega a un hombre que le pregunta mientras estira la mano: “Y, ¿no tienes mejor un boli negro?”  Desde el otro lado de la sala, casi doy un grito ¡¿Qué?!  ¡¿Vienes a un cursillo para ver si puedes encontrar trabajo, no te preparas para nada, dan el boli gratis y todavía con
exigencias?!  Flipé ante la pregunta y, por suerte, la respuesta lo fue un grito silencioso en mi cabeza que nunca vio la luz, pero flipé aún más y en technicolor y surround cuando la ponente se detiene y le ofrece buscarle uno que no sea azul, mientras buscaba en su caja y sobre su mesa.  Como no tenía, ya, para completar mi flipe, se disculpó.  El hombre dio un suspiro profundo y resignado aceptó el bolígrafo azul.
Me quedé mirando a aquel hombre y a la profesora, en cabeza no cabía esa situación, pero de pronto, la pregunta de otro participante a la ponente me distrajo de mis pensamientos: “Disculpa, cuando puedas, me das un boli con tapa, ¿vale?”  A este nivel, ya casi podría decir que estaba flipando en technicolor, surround y 3D.



Son estos momentos en los que echas de menos aquellas pastillas imaginarias llamadas “Ubicaína” y para estos casos extremos “Ubicaína Extra Forte”.



jueves, 5 de mayo de 2016

Amapolas

Los que me conocen, saben que no soy muy fanática, ya sea a personas o a cosas. En mi época adolescente, los grupos de moda me gustaban, como a todos, o todas. Pero no lloraba por ellos como si se me acabase la vida, tanto que casi no recuerdo a alguno. Lo que sí recuerdo es que algunas de mis amigas sufrían y padecían por ellos, pero yo no lo llegaba, tan siquiera, a entender esa sensación, ese sentimiento. No recuerdo haber tenido pósters en mi habitación (quizá alguno, o no), ni mis carpetas del colegio forradas con sus caras. Estaban ahí, los disfrutaba y punto. Es que, no era para tanto, ¿no? O, ¿sí?
El hecho es que si pude superarlo y pasar dignamente por mi adolescencia sin fanatismos extremos, aunque quizá alguna obsesión (mínima pero nada más), ¿está bien, no?

Pero con los años la cosa ha cambiado, he adquirido algunas (muchas) manías y he perfeccionado otras, y desde hace un par de años conocí una flor que ya había visto antes, pero que, en realidad, nunca me había detenido a mirar con atención. ¡Sí! Se trata de la amapola. Esta delicada flor roja, que puedes ver casi cualquier sitio, silvestre, ahí donde nadie cuida el jardín, allí está ella durante la primavera y verano.

Fue la primavera del 2014 cuando nos conocimos oficialmente, cuando le presté especial atención. Por donde iba, al lado de la carretera, en un camino, donde haya un poco de tierra y llueva de vez en cuando, entre otras flores silvestres, ahí estaban las amapolas, saludándome al pasar.

Esa primavera me acerqué mucho a la tierra, literalmente, fue la primavera y el verano que estuve colaborando en el huerto. ¿Lo recuerdas? Me la pasé muy bien, trabajé muy duro y aprendí mucho y sobre todo sentí una paz interior que hacía mucho tiempo no sentía. Recordé uno de mis posts, ese que hablaba de ir descalzo en el jardín, sentir el césped en los pies, las cosquillitas. En la vida cotidiana andamos siempre calzados, siempre protegidos, casi sin posibilidades de pisar un jardín y si lo conseguimos, ojalá tengamos la suerte que sea grass natural y no esas alfombras verdes de imitación. Al pisarlo, sentimos esa energía que transmite la tierra, la naturaleza cuando la sientes en tus pies, en tus manos.

Cuando veía algunas amapolas, las cortaba con la intención de traerlas a casa para poder disfrutar durante algunos días de su singular belleza. Pero era imposible. Eran tan delicadas que, una vez que las cortaba, rápidamente se empezaban a marchitar, aunque las pusiera en agua. No había forma de llegar a casa con, aunque sea, una única flor viva. Todas morían antes. Era frustrante. Pero no me iba a rendir, pero tampoco iba a cortar cada amapola que se me cruce en el camino.



Otra ocurrencia mía, intenté conseguir algunas semillas. A través de Facebook pregunté, pero nada, no hay semillas de amapolas. Así que, sin conocimiento, cogí algunas de las semillas de las flores que veía por ahí y las he soltado en mis macetas y no pierdo la esperanza que alguna vez, entre mis demás plantas, florezca una amapola.
Sólo una vez intenté trasplantar una, pero nunca conseguí sacar la planta entera. El tallo era tan fuerte y al parecer las raíces también y deben de haber estado muy arraigadas a la tierra. No pude sacarla.
Finalmente, alguien respondió a mi solicitud en el Facebook y me explicó que sería muy difícil que pueda conseguir alguna planta o semillas de amapolas. Y me dijo una frase que me hizo ver estas flores de una manera diferente: la amapola es una de esas flores cosas que uno las puede ver, admirar, disfrutar, pero nunca las puede tener.

Y me quedó esa frase como reflexión. Cuántas veces nos preocupamos por conseguir, por tener todo lo que queremos, por poseer nuestro tesoro, pero muchas veces ganamos más disfrutando que esté ahí, viéndolo sin poder poseerlo.




Pero como la fe el lo último que se pierde, espero que alguna vez florezca alguna amapola entre las plantas de mi balcón.