domingo, 25 de mayo de 2014

Descalza

Siempre me ha gustado andar sin zapatos, ir descalza.  Para mí es como llegar a casa y ponerse cómodo.

Mis recuerdos de niña son así.  Tenía la suerte de vivir en un pueblo, a las afuera de Lima, que se llama Chosica.  El clima era más seco que el de Lima, que llega hasta un 96% de humedad, y la temperatura es más agradable.  Esta localidad tiene un microclima diferente.  Hace muchos años a las personas que sufrían de enfermedades bronquiales o asma les recomendaban ir a vivir a Chosica, sobre todo en los meses de invierno, julio y agosto, para evitar las crisis.  Los limeños subían a Chosica y las demás localidades cercanas para disfrutar de días de sol, temperatura agradable, aunque por la noche refrescaba.

Aunque tenía zapatos, en casa no recuerdo que los usará mucho.  Recuerdo a mi abuela recomendándome que me los pusiera, y si eran cerrados mejor, para que el pie no se volviera ancho, ya que era muy feo para una niña.  Al colegio tenía que ir con el uniforme gris obligatorio para todos los escolares de mi época.  Hoy, si no me equivoco, los colegios públicos mantienen el uniforme y los colegios privados eligen el uniforme o ropa de calle para sus alumnos.  Al llegar a casa, sobre las tres de la tarde, tenía que cambiarme para que la falta no se manchara.  En ese momento aprovechaba para quitarme los calcetines grises o negros del uniforme y quedarme sin zapatos.  Lista para comer,  hacer los deberes y jugar en un jardín enorme con dos higueras que nunca olvidaré.  Hoy recuerdo con nostalgia, todo lo que he jugado y disfrutado con mis dos hermanos menores.  Me viene a la mente cuando quisimos tener piscina en casa y arropados por la sombra de las higueras, nos dispusimos a cavar con juguetes de playa.  Cuando consideramos que ya estaba listo, pusimos en las paredes trozos de baldosas y losetas sobrantes de la reforma de algún baño.  Ya se imaginarán cómo quedó el hueco entre las higueras lleno de agua y cómo terminamos nosotros.  ¡Fue genial!  También cuenta la historia que, con mis hermanos lo pasábamos tan bien por las tardes jugando y enmugrándonos como corresponde a esa edad, que una buena amiga de mi madre pensaba que no nos bañaban todos los días, que nuestra suciedad era por “acumulación”.  Pero somos de la costumbre de ducha diaria.  Así pasaron mis primeros nueve ó diez años viviendo en Chosica en la casa de mis abuelos.

Luego nos fuimos a vivir a Lima y, por el clima, ya no era tan recomendable ir descalzo.  Cada vez que podía, me quitaba los calcetines y los zapatos Disfrutaba de poder sentir la naturaleza con los pies, el césped, la arena, el agua y que alguna vez una piedrita te pincha el pie.
Y en el año 2002 ó 2003 visité a una amiga en Alemania que me explicó la energía que transmiten los árboles y la naturaleza.  Como era verano aprovechamos en su casa para ir descalzas y disfrutar del jardín con los pies libres.

Pero van pasando los años, una se va haciendo mayor y tiene que guardar la compostura y usar zapatos durante más tiempo.  Vine a vivir a España con mi familia y por lo frío del invierno, en comparación con el invierno limeño, y por cuestiones de limpieza para no dejar huellas de pies por todo el suelo, perdí la costumbre de andar sin zapatos.

Un día estaba con mi marido, no recuerdo bien el lugar, y de pronto decidí quitarme los calcetines y los zapatos.  ¡Qué sensación más maravillosa!  ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez?  ¡Todo lo que me he estado perdiendo!  Sí, me descalcé y sentí otra vez el césped en mis pies, la libertad, la naturaleza y su energía.

Hace unos semanas, tuve la suerte de disfrutar de un fin de semana con mi marido e hijos en los Pirineos.  Durante los días brillaba el sol y por la tarde, aunque enfriaba un poco, se estaba muy bien.  Una mañana, dando una vuelta por el pueblo y mientras íbamos andando por los jardines, decidí quitarme los zapatos y andar descalza, disfrutar del césped, de la naturaleza y su energía otra vez.  Mi hija pequeña, aunque que no le gusta sentir la hierba en sus piernas, decidió hacer lo mismo: ¡zapatillas y calcetines fuera!  Su primera reacción fue saltar por todas partes, daba gritos de emoción, corría y corría sin parar.  Luego, llena de euforia, daba volteretas.  Terminamos las dos tumbadas en el jardín jugando.  Disfruté muchísimo al ver como lo pasaba tan bien con algo tan simple con andar descalza, y es que la naturaleza es sabia.




¿Recuerdas cuándo fue la última vez que decidiste andar sin zapatos y sentir?




miércoles, 21 de mayo de 2014

De huertos y aquelarres

Esta historia va de un huerto, que está a las afueras de la ciudad y en el que el sol brilla de otra manera.  Aquí sólo trabajan mujeres, y no porque no esté permitido que vayan hombres, sino simplemente porque las cosas son así.

Dentro de la organización anarquista y sin reglamentos escritos, todo está coordinado y funciona a la perfección.  Cada una tiene su función, aunque nadie lo reconoce formalmente.  Dicen que hay una mujer que es la que dirige todo pero que se le ve poco, aunque se prevé verla más con el buen tiempo.  Ella ve y sabe todo, pero desde el anonimato.  Y es porque no quiere reconocimiento alguno.  Le basta con la satisfacción de ver que todo funcione.  Hay otra persona que es quien se encarga de la captación de más participantes para el trabajo en el huerto.  Es un trabajo duro, no cualquiera es aceptado.  Se hace un exhaustivo estudio para estar seguras, aunque a veces la candidata ni siquiera lo sabe y vaya a ser la poseedora de las llaves del huerto, que son la prueba absoluta de la aceptación.  Es una organización sencilla, pero compleja, y lo más importante es estar seguras de que cada miembro va a encajar para que todo funcione.

Hoy es la presentación de una nueva participante.  Ella, que es muy tímida y callada, llega muy puntual para evitar que haya mucha gente y evitar que la introducción sea más larga, aunque sabe que finalmente ese momento con todas reunidas llegará de una manera inminente.  Al principio sólo estaba la que la había invitado a ir, así que se sintió cómoda y empezó a trabajar.  Según fue pasando la mañana vio como las demás iban llegando, todas se le acercaban y la saludaban con mucha familiaridad, como si se conocieran de toda la vida, luego preguntaban por las cosas que estaban pendientes de hacer y empezaban a trabajar.

De pronto se dio cuenta que una de ellas estaba preparando una gran hoguera.  Iban alimentando el fuego durante toda la jornada con los restos del trabajo de los últimos días.  El fuego une, es mágico, purifica y es lo mejor para recibir a la nueva que se va a unir al grupo.  Cuando el trabajo ya se había adelantando mucho, todas se sentaron alrededor de los restos de la hoguera que todavía ardía.  Fue un momento para compartir algo de comer y beber, comentando cada una de su vida y preguntando a la nueva para conocerla mejor, pero en el fondo, yo creo que ya la conocían.

Así van pasando los días en el huerto.  Luego he descubierto que tienen poderes.  ¡Realmente es mágico!  Las he visto resucitar unas lechugas y hacer que salgan acelgas por todas partes y espárragos gigantes.  Y es que hay mucho más de lo que se ve a primera vista.  Sólo hay que mirar mejor y prestar atención a lo que pasa alrededor.



De pronto me desperté.  Todo había sido un sueño.  Ahora a prepararme que me toca jornada de trabajo en el huerto y por primera vez conoceré a todas las demás.

martes, 13 de mayo de 2014

La leyenda de un árbol

Había una vez, en un reino muy lejano, un árbol en el centro de la plaza del pueblo.  Todos miraban el árbol con alegría y lo sentían suyo.  Ese era el árbol que les daba sombra en los días más calurosos, que los hacía disfrutar con su belleza primaveral y que estaba tan lindo con el color amarillo-rojizo del otoño.  Durante el invierno lo veían a través de sus ventanas, resguardados del frío.  Esperaban que llegara el buen tiempo para disfrutar de todo lo que este árbol les podía ofrecer.

En algunas oportunidades todos los pobladores del pueblo disfrutaban a su alrededor, compartían y celebraban la felicidad común.  El árbol se sentía rebosante, lleno de alegría y satisfacción.  Se esforzaba al máximo por lucir lo mejor posible, estiraba sus ramas para dar más sombra y cobijo a la gente del pueblo y ya sólo con eso el árbol estaba feliz.

Pero de pronto llegaron los días en que el pueblo empezó a crecer, cada vez había más gente y la sombra del árbol ya no era suficiente para protegerlos a todos del sol.  Los pobladores de la localidad se creían con el derecho de apropiarse de la mejor sombra y se consideraban a sí mismos como los legítimos dueños de la sombra, de sus ramas y del mismísimo árbol.
Unos lo regaban para demostrar que eran ellos los que lo cuidaban y, por lo tanto, les correspondía la sombra más duradera.  Venían otros y podaban sus ramas, lo hacían para que el árbol creciera más fuerte.  Alguna pareja romántica tallaba sus nombres en un corazón.  Los perros daban vueltas a su alrededor.

Llegó el día en que el árbol, recortado por algunos, sobreregado por otros, y aprovechado por todos, ya no pudo más.  Sus cortas ramas no podían proteger a tanta gente, sólo tenía palabras negativas y desagradables.  De regarlo tanto, se había empezado a podrir por dentro, pero nadie lo notaba.  Se estaba debilitando, estaba muriendo, pero nadie lo notaba.

Llegó el otoño y empezaron a caer sus hojas, ya en tonos marrones, pero cayeron antes de lo habitual.  Ya no tenía fuerza suficiente para aguantarlas más tiempo.  El primer día de cierzo al pobre árbol se le removieron las raíces y, aunque no se cayó del todo, quedó muy dañado.  No tardaron los del ayuntamiento en ponerle una cinta alrededor y retirarlo por motivos de seguridad.

Desde ese día todos recordaban al árbol y la sombra en verano y lo lindo que estaba en otoño.  Pero ya no estaba más.  Lo habían tratado mal.  Cada uno miraba hacia sí mismo y luchaba por sus intereses personales, sin ver el bienestar común.  Hoy muchos lo recuerdan con nostalgia, pero ha muerto.


El ayuntamiento dejó una placa en su lugar, con una imagen del árbol en primavera, para que todos recuerden los egoístas que fueron alguna vez.

martes, 6 de mayo de 2014

Julierías - volumen 3

Más cosicas de mi cabeza.  Continúo mi recopilación de frases breves y reflexiones a las que he denominando “Julierías” en homenaje a las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna, que me han inspirado.

·     He confirmado mi teoría de que los trámites y yo no somos compatibles.  Aunque Plutón no será más un planeta, todavía me da mucho mal.
·      Mis accesorios imprescindibles: mi libreta y mi bolígrafo.
·      Ser los mejores entre los peores.  El consuelo de los mediocres.
·      Nos decíamos tanto sin decirnos nada.  Tan sólo con una mirada ya estaba dicho.
·    La gente de la televisión ahora no envejece como antes.  ¿O seré yo la que se está haciendo mayor y ahora somos de la misma edad?
·     Tengo que aceptarlo y tatuarlo en mi cabeza: Yo no soy culpable SIEMPRE de todo lo que pasa.
·     Con el tiempo he aprendido que es más fácil y saludable hacer feliz a los demás con una sonrisa.
·      Cada ocasión es una oportunidad para enseñar a nuestros hijos con el ejemplo.
·   La soledad es ese estado de ánimo que nos hace sentir desolados aunque haya mucha gente a nuestro alrededor.
·      Después de mucho tiempo, un día decidí quitarme los calcetines y me di cuenta de lo que había perdido.  Esa agradable sensación del césped en los pies.
·      A pesar de mis defectos, parece que hago bien las cosas.

·      Y llegará el día en que te pondrás de rodillas y disfrutarás de la tierra.