martes, 29 de mayo de 2012

Las manoletinas

Como antecedentes he buscado en Wikipedia su historia: En la tauromaquia, se comprende como manoletina al pase de muleta de frente sujetando la muleta por detrás de la espalda. Su invención, a pesar del nombre fue obra de un genial torero cómico que se llamó Rafael Dutrús Zamora (Llapisera) y la usó en su repertorio, es decir, en los espectáculos cómicos. Por eso, en las plazas, cuando un torero la ponía en práctica siempre fue aborrecida por el público. Aunque también hay que decir que en distintas épocas tuvo aceptación. Por ejemplo, en los años 40 la popularizó Manolete (de ahí su nombre) y se siguió poniendo en práctica tras su muerte, con gente como Agustín Parra "Parrita" o Paquito Muñoz.
En el mundo de la moda, además de crear tendencias en el toreo, el diestro Manolete creó tendencias en el mundo de la moda. La manoletina hace referencia a un tipo de calzado sostenible, de planta sin tacón, plano y flexible que puede presentarse en colores muy distintos. Este tipo de calzado ha traspasado las fronteras del toreo, y ha logrado conquistar el zapatero de gente muy ilustre.  La manoletina se trata de un calzado de tipo bailarina pero que, a diferencia de éste, no posee trabas que lo atraviesa.
Ahora que ya tenemos más información de las manoletinas, les contaré de qué va esta historia.
Hace unos días nos invitaron a una comunión.  Yo feliz, me puse guapa, como dice Aitana y claro con los correspondientes zapatos de tacón.  Como la Iglesia estaba cerca de casa, a unas 10 calles o quizá un poco fuimos andando.  Ya lo habíamos hecho antes y llevar el coche sería luego imposible para aparcar.  Así que luego de vestirme, peinarme especialmente, me calcé los zapatos de tacón y salimos.  Unas cuatro calles antes de llegar a la Iglesia ya no podía andar más.  Es la primera vez en mi vida que sentía como me temblaban las pantorrillas si dejaba de andar.  Realmente me sofoqué muchísimo, sentía mucho dolor y sobre todo impotencia al sentir que no podía andar más.  Cuando llegamos a la Iglesia, luego de maldecir cada desnivel del suelo, cada cambio de acera, cada paso que daba, me sentía mal, adolorida y enfadada conmigo misma.  Pensaba por qué teniendo coche no lo habíamos usado, ya no importaba dar algunas vueltas por la zona para aparcar, pero bueno, serían menos las calles para llegar a la Iglesia y luego también en coche iríamos al restaurante para comer.  Porque recordé que sin el coche todavía tendríamos que ver como ir al restaurante y luego regresar a casa.  Quedaba mucho camino por andar en tacones.
Durante la misa empecé a sentirme mejor, con más tranquilidad y al estar sentada pude descansar los pies y piernas que ya me temblaban menos.  Ahora,  ya me rio y lo recuerdo como anécdota, pero ese día sentía dolor, dolor físico un dolor intenso, mucho dolor.
Empecé a planear mi salida, es decir cómo hacer para poder soportar el resto del día.  Pensaba y comparaba a otras mujeres, pensaba cómo hacen  ellas, que se ven súper guapas con los tacones y siempre radiantes.  Eso, sin pensar en las chicas que las ves por las calle listas para salir un viernes o sábado por la noche, con tremendos tacones que parecen necesitar una escalera para subir a los zapatos o las que van a las bodas y fiestas y pueden bailar toda la noche.  Pensaba ¿Por qué ellas si pueden soportar los tacones y yo no?  Empecé a mirar al resto de mujeres a mi alrededor, la mayoría con sus taconazos que se notaban eran sólo para ocasiones, pero que secreto guardaban?  Recordé algunas conversaciones anteriores que había tenido sobre el tema de los tacones.  Se me vinieron a la mente muchas imágenes de mujeres que al salir llevan siempre un bolso grande o una bolsita extra.  Siempre las veía y me daba curiosidad saber que llevaban dentro y todo me quedó claro.  Encontré la fortaleza de aquellas mujeres.
Empecé a pensar en mi misma y en mis propios errores de ese día.  Tenía que haber llevado un bolso más grande y no aquel pequeño sobre sólo para el móvil y las llaves.  Dentro, igual que la mayoría de mujeres que veía siempre, tenía que haber guardado mi secreto.  Así que de pronto, como cuando si se encendiera una bombilla, vi la luz, entendí el misterio, descifré el secreto.
Necesitaba haber llevado un par de manoletinas en mi bolso, unas lindas y cómoda manoletinas.  Un par de zapatos adicionales para andar, para cambiarme cuando ya los pies me empiecen a dolor.  Como dice el refrán “donde fueres haz lo que vieres”, esta es una saludable costumbre que he aprendido y descubierto aquí y que tengo que empezar a practicar.
En un par de meses tengo una boda y aunque aún no tengo claro que vestido me pondré, lo que sí tengo claro es que llevaré mis manoletinas, para que luego cuando mis pies ya no den más, o quizá antes, me cambie para seguir disfrutando de la fiesta y que no se me acabe antes sólo por un dolor de pies, que he descubierto, que así como el dolor de muelas, es un dolor muy malo.  No es que haya algún dolor bueno, pero hay algunos que se pueden controlar o distraer.  Pero el dolor de pies es uno que sube, desde lo más bajo de tu cuerpo y te recuerda con cada movimiento que no son los zapatos adecuados para largos trayectos ni para largas jornadas.
Descubrí el secreto y acepté la necesidad de las manoletinas.
¡Qué vivan las manoletinas!