miércoles, 8 de octubre de 2014

Érase una vez en un campanario

En el año 2011 hicimos una visita familiar al Pirineo Aragonés, que es maravilloso.  Hemos ido en primavera, otoño e invierno.  Todavía nos falta ir alguna vez en verano.  Es increíble ver como el mismo paisaje se ve diferente en cada época del año.

Estábamos paseando por el pueblo recuperado Morillo de Tou y luego repetimos, como cada vez, una visita a la Villa de Aínsa . Según he encontrado en su web: Celtas, romanos, musulmanes, cristianos…una historia de diversidad y riqueza que convierte la visita a la Villa de Aínsa en un asombroso viaje en el tiempo, lleno de color y sembrado de maravillosas sorpresas”.    

Es un pueblo asombroso, pasear por sus calles te hace retroceder en el tiempo, no sé cuánto, pero mucho tiempo.  Sus calles empedradas, puertas de madera con aplicaciones de metal antiguas, cada rincón tiene algo que lo hace especial.  Mi respiración es diferente cuando estoy allí.  Tiene ese poder de transmitir su historia cuando paseas por sus calles.

Íbamos paseando, mirando, admirando todo y haciendo fotos de todo, aunque no nos alcanzaban los ojos para ver tanto.  Foto por aquí, foto por allá.  ¡Mira, qué lindo balcón!  ¡Esta puerta es increíble!  Todo eran exclamaciones de sorpresa y felicidad.  La cámara de fotos que llevamos trabajó horas extras, fotos de todo.

Finalmente y después de dar la vuelta completa al pueblo, llegamos a la Torre de la Iglesia de Santa María.  Nos acercamos a su pequeña puerta y colgaba un letrerito que indicaba que se podía subir al campanario.  Nos miramos los unos a los otros y pensamos: ¡Desde arriba podemos hacer más fotos!  Entramos, era una escalera pequeña, en curva, muy estrecha.  Subimos un poco más y llegamos a un lugar donde la escalera se hacía más ancha.  Llegamos a la primera planta.  Ahí no había nada que ver, sólo había un hombre en una mesa pequeñísima, que iba cobrando las entradas.  Pagamos y nos dejó seguir.  Cada vez la escalera se hacía más estrecha, tanto que los hombros ya iban rozando los muros laterales.  Todo se iba poniendo oscuro pero seguíamos subiendo.  Cuando ya me empezaba a agobiar, vi un rayo de luz y era una de las pequeñas ventanas que la dejaban entrar.  Llegamos por fin al campanario.  Había una pareja que dio una mirada más y se fue.  Nosotros emocionados, saltando de un lugar a otro para poder admirar las vistas.  Desde lo alto, íbamos reconociendo los lugares por donde ya habíamos pasado y comentábamos lo que nos había gustado.  Cuando nos tranquilizamos y decidimos hacer fotos, nos dimos cuenta que ya no teníamos batería.  ¡No!  ¡No puede ser posible, justo cuando podíamos tomar las mejores fotos!  Dimos una mirada más y decidimos, resignados, bajar.  Entonces vimos a una pareja haciendo fotos.

El chico se nos acercó y nos ofreció hacernos una con su cámara y enviarla por correo electrónico.  No lo podíamos creer, este hombre desconocido nos salva el día.  Y es que somos así, a veces permitimos que una pequeña cosa estropee todo un gran día.

Le dejé mi dirección de correo electrónico sin mucha esperanza de que nos escribiera alguna vez adjuntando la foto.  Pasaron algunos días, no recuerdo cuántos, pero ya había olvidado este tema, y de pronto, veo un e-mail con un remitente muy extraño, el nombre me asustó al leerlo porque ponía algo como “ángel vengador”.  No lo quería abrir, ¿y si era un virus informático?  Me dejé de cosas tontas y decidí sólo leer el texto y no abrir el archivo que había adjunto, el supuesto virus.  Empecé a leer y eran ellos.  Claro, no sabía su nombre, nunca lo dijeron, pero en el texto indicaban que nos adjuntaban la foto que nos tomaron en el campanario de Aínsa.

Aunque  nuestra excursión había terminado mucho antes y ya estábamos en casa, en nuestra rutina, este mensaje nos hizo regresar a aquella torre, revivir el momento y agradecer lo bien que lo pasamos.


La actitud de Toni me hizo pensar que hay muchas cosas que sólo cuestan un poco de tiempo, una buena intención y una sonrisa y podemos alegrar el día a cualquier persona.