En el año 2011 hicimos una visita familiar al
Pirineo Aragonés, que es maravilloso. Hemos
ido en primavera, otoño e invierno.
Todavía nos falta ir alguna vez en verano. Es increíble ver como el mismo paisaje se ve
diferente en cada época del año.
Estábamos paseando por el pueblo recuperado Morillo de Tou y luego repetimos, como cada vez, una visita a la Villa de Aínsa . Según he encontrado en su web: “Celtas, romanos, musulmanes, cristianos…una
historia de diversidad y riqueza que convierte la visita a la Villa de Aínsa en
un asombroso viaje en el tiempo, lleno de color y sembrado de maravillosas
sorpresas”.
Es un pueblo asombroso, pasear por sus calles te
hace retroceder en el tiempo, no sé cuánto, pero mucho tiempo. Sus calles empedradas, puertas de madera con
aplicaciones de metal antiguas, cada rincón tiene algo que lo hace
especial. Mi respiración es diferente
cuando estoy allí. Tiene ese poder de
transmitir su historia cuando paseas por sus calles.
Íbamos paseando, mirando, admirando todo y haciendo
fotos de todo, aunque no nos alcanzaban los ojos para ver tanto. Foto por aquí, foto por allá. ¡Mira, qué lindo balcón! ¡Esta puerta es increíble! Todo eran exclamaciones de sorpresa y
felicidad. La cámara de fotos que
llevamos trabajó horas extras, fotos de todo.
Finalmente y después de dar la vuelta completa al
pueblo, llegamos a la Torre de la Iglesia de Santa María. Nos acercamos a su pequeña puerta y colgaba
un letrerito que indicaba que se podía subir al campanario. Nos miramos los unos a los otros y pensamos: ¡Desde
arriba podemos hacer más fotos! Entramos,
era una escalera pequeña, en curva, muy estrecha. Subimos un poco más y llegamos a un lugar
donde la escalera se hacía más ancha.
Llegamos a la primera planta. Ahí
no había nada que ver, sólo había un hombre en una mesa pequeñísima, que iba
cobrando las entradas. Pagamos y nos
dejó seguir. Cada vez la escalera se
hacía más estrecha, tanto que los hombros ya iban rozando los muros
laterales. Todo se iba poniendo oscuro
pero seguíamos subiendo. Cuando ya me
empezaba a agobiar, vi un rayo de luz y era una de las pequeñas ventanas que la
dejaban entrar. Llegamos por fin al
campanario. Había una pareja que dio una
mirada más y se fue. Nosotros
emocionados, saltando de un lugar a otro para poder admirar las vistas. Desde lo alto, íbamos reconociendo los
lugares por donde ya habíamos pasado y comentábamos lo que nos había gustado. Cuando nos tranquilizamos y decidimos hacer
fotos, nos dimos cuenta que ya no teníamos batería. ¡No!
¡No puede ser posible, justo cuando podíamos tomar las mejores
fotos! Dimos una mirada más y decidimos,
resignados, bajar. Entonces vimos a una
pareja haciendo fotos.
El chico se nos acercó y nos ofreció hacernos una
con su cámara y enviarla por correo electrónico. No lo podíamos creer, este hombre desconocido
nos salva el día. Y es que somos así, a
veces permitimos que una pequeña cosa estropee todo un gran día.
Le dejé mi dirección de correo electrónico sin mucha
esperanza de que nos escribiera alguna vez adjuntando la foto. Pasaron algunos días, no recuerdo cuántos,
pero ya había olvidado este tema, y de pronto, veo un e-mail con un remitente
muy extraño, el nombre me asustó al leerlo porque ponía algo como “ángel
vengador”. No lo quería abrir, ¿y si era
un virus informático? Me dejé de cosas
tontas y decidí sólo leer el texto y no abrir el archivo que había adjunto, el
supuesto virus. Empecé a leer y eran
ellos. Claro, no sabía su nombre, nunca
lo dijeron, pero en el texto indicaban que nos adjuntaban la foto que nos
tomaron en el campanario de Aínsa.
Aunque
nuestra excursión había terminado mucho antes y ya estábamos en casa, en
nuestra rutina, este mensaje nos hizo regresar a aquella torre, revivir el
momento y agradecer lo bien que lo pasamos.
La actitud de Toni me hizo pensar que hay muchas
cosas que sólo cuestan un poco de tiempo, una buena intención y una sonrisa y
podemos alegrar el día a cualquier persona.