Durante muchos años viví en un mismo edificio o comunidad de vecinos
en Lima, en la casa que compraron mis padres con un adelanto de la herencia de
mi abuela. Ocupamos esa casa desde que
yo tenía diez años hasta que me casé con veintitrés. ¡Cuántos años! Por la edad con la que llegué y me fui, fue
del año 1985 al 1998. Durante estos años
la situación del Perú era muy diferente a la de ahora, aunque la falta de
seguridad es la misma.
Era la época del primer gobierno de Alán García. Cuando el terrorismo dominaba el país y la
crisis e hiperinflación eran una cosa del día a día sin que casi nos diéramos
cuenta.
Esa es la etapa de mi adolescencia en la que recuerdo que, a veces
teníamos agua. Muchas veces nos
quedábamos sin luz por las bombas de los terroristas. Soy de esa generación que se bañaba con una
jarra luego de hervir un poco de agua para que no estuviera fría y estudiaba
con vela.
Como era joven lo recuerdo como una anécdota. Yo no era el adulto que tenía que padecer
todo esto. Y me ha venido el recuerdo de
cuando iba a la tienda del barrio a comprar leche o arroz, y el tendero decía
que no tenía, pero, si empezabas pidiendo cosas más superfluas: golosinas,
cigarros, velas (aunque siempre eran necesarias), y al final pedías la leche o
el arroz, y entonces sí que te lo podía vender.
Nosotros vivíamos en un bajo con la suerte de que nuestro piso tenía
la entrada independiente de la comunidad.
Nuestro portal estaba en una calle, en la esquina, y el resto entraba
por la otra. Debajo de la ventana de nuestro
baño, por fuera, había un grifo común, que era para regar los jardines, pero
los días que no había agua en la comunidad, en este grifo sí, pero había que
compartirlo entre los seis vecinos.
Como nosotros no usábamos la entrada común, ni teníamos gastos de luz,
limpieza de escaleras, sólo los del agua, cuando había, mis padres llegaron a
un acuerdo con los demás, que sólo pagarían los servicios que les
correspondieran y el resto no. No voy a
comentar ahora si fue lo correcto o no, pero así fue y no estaba bien visto por
todos los vecinos.
Cuando no había agua, desde ese grifo bendito, poníamos nuestra
manguera, que entraba por la ventana del baño y nos servía para bañarnos,
juntar agua, poner lavadoras y lo que fuera necesario. Hoy tengo que reconocer que eran otras
épocas, menos sostenibles, y muchas veces se quedaba la manguera manando,
mientras terminaba la lavadora o se hacía otra cosa.
Pero, cuando estabas duchándote a toda prisa y tenías el pelo con
champo y, de pronto, te quedabas sin agua porque algún vecino consideraba que
ya habías tenido más que suficiente y le tocaba a él. Había que dar gritos por la ventana, casi
rogar a ciegas que te la devolvieran y luego, que hicieran lo que quisieran.
Benditos vecinos, con los que había que ponerse de acuerdo para una
derrama y hacer una cisterna lo suficientemente grande para tener reserva. Éramos la única comunidad de toda la manzana
que no se había puesto de acuerdo.
Cuando mi abuelo se mudó a la comunidad de al lado, que era más
organizada, pasábamos por su casa para bañarnos.
Luego, una de las vecinas, con la que más problemas había, consiguió
que un familiar comprara otro piso en la misma comunidad para tener más apoyo
en sus quejas.
Éramos tan pocos, pero tan complicados. Hoy vivo en una comunidad más grande, de unas
cuarenta y cinco familias sólo en mi torre, y hasta ahora, salvo algún vecino
desagradable, que hay en todas partes, me llevo bien con ellos. Pero es verdad que cuando no hay agua nos
falta a todos, y no hay manguera que nos salve.