domingo, 18 de agosto de 2013

De retiro



Hace muchos años, cuando tenía 16-17 años tuve la oportunidad de hacer un retiro espiritual como preparación a la confirmación.  Ahora, después de tantos años, sólo tengo recuerdos puntuales de ese fin de semana.  Por un lado están las vivencias y convivencias con las chicas del colegio, disfrutar con ellas de estos días y por otro lado la experiencia en sí, del propio retiro.  Hoy no recuerdo especialmente los temas espirituales (y no es que me haya peleado con Dios), pero lo que recuerdo es que durante esos días, que fueron tan intensos emocionalmente, descubrí muchas cosas de las personas que tenía a mi lado durante toda mi vida escolar, durante tantos años.
Cuántas veces prejuzgamos, juzgamos, calificamos y sentenciamos sólo por una idea o imagen que tenemos de las personas y según pasan los años seguimos insistiendo en nuestras teorías y no nos damos el tiempo de darle una vuelta a nuestros prejuicios o conceptos e intentar conocer o entender a las personas con las que tenemos que vernos día a día, todos los días.  Finalmente, la conclusión más importe que puedo sacar de ese retiro, además del tema puntual, es que realmente conocí a muchas compañeras, entendí muchas actitudes y me calcé muchos otros zapatos, a parte de los míos, para entender otras actitudes.  Conocí a tanta gente que conocía desde hace muchísimos años, pero nunca me había dado el tiempo e interés de conocer de verdad.
Además, otras de las características de estas experiencias, digo yo, es que al estar retirado, alejado de tu entorno habitual, de las cosas de cada día, de las redes sociales y todo eso, la percepción de las cosas comunes y normales de la vida es diferente.  Estoy segura que todos los que han vivido una experiencia similar entienden lo que quiero decir.  Yo recuerdo que, además de haber podido conocer o reconocer a las personas de mi día a día, salí del retiro cargada de energías, me sentía poderosa, creía que podía cambiar el mundo y que habían muchas cosas que podía hacer de otra manera para que sea mejor, mejores mis actos e intentar ser mejor persona.
Recuerdo esa sensación de poder, de sentirme dueña del mundo, que mis sueños se podían hacer realidad, que cualquier cambio estaba en mis manos y que mis deseos, con esfuerzo se podían hacer realidad.  Pero también recuerdo que conforme pasaban los días e iba viviendo mi realidad y recuperando mi rutina sentía que perdía ese poder de poder cambiar todo.  Veía que el resto de la gente no iba a mi ritmo, no estaba en “mi onda”, no estaban en la versión de cambio que yo había asumido.  Cada uno iba a su propio ritmo y sobre todo sin la carga extra de adrenalina que yo tenía.  Con el tiempo pude encontrar el equilibrio que necesitaba entre el poder y mis sueños y en contrapartida la realidad y el día a día.
Este año he tenido la oportunidad de hacer un nuevo retiro espontáneo y nada planeado.  Como en años anteriores y gracias a un gran amigo pudimos pasar parte de las vacaciones en la playa.  Ya lo dicen, en los momentos más difíciles los verdaderos amigos y familia están cerca dándonos la mano y demostrándonos que siempre hay esperanza y que se puede pasar bien.  En fin, fueron buenos días para disfrutar a la familia, pasar tiempo con ellos, sin preocuparse de mirar el reloj.  Relajados para comer cuando teníamos hambre, dormir cuando teníamos sueño y despertamos cuando el cuerpo lo pedía.  Es verdad, para eso son las vacaciones.  Aunque estaba bien y de vacaciones, en mi cabeza había mucho ruido para escuchar mis pensamientos.
Después de estas semanas playeras, que me ayudaron a recargar mis energías, ahora puedo decir y reconfirmar mi teoría de que ¡Yo soy mujer de mar!  Entonces, ya con las pilas más cargadas y bastante morena, este año tuvimos una suerte adicional.  Me preguntaron para ir a cocinar al campamento de los Scouts de Alberto.  Por un tema de vacaciones sólo pude ir la primera semana del campamento, la segunda ya tenía que volver a trabajar, que como está la situación por aquí, ya lo dicen es una suerte “volver” a trabajar.
La idea de cómo iría esta nueva experiencia para mí me tenía acojonadilla, no lo puedo negar.  No tenía muy claro cómo hacer, que cocinar ya lo hacemos muchos, pero ¿Cómo sería realmente cocinar para más de 30 personas cada día, cada comida?  Aunque éramos dos mamás para estar en la cocina, no lograba imaginar la escena y le daba muchas vueltas en mi cabeza, sin encontrar respuestas claras.  Imaginaba que sería un agobio completo, picar y picar de todo, mover y remover ollas enormes, añadimos el calor y las limitaciones propias de un campamento.  Además que si la comida podría salir salada o no, que algo se te queme o qué sé yo, tantas cosas.  También estaban mis rollos sobre el hecho de bañarse, si habría o no agua caliente porque el agua fresca (helada) de la montaña sería imposible para mí y que finalmente, cuando esté muerta de cansancio y me quiera ir a dormir, tendría tantos dolores de espalda que no aguantaría.  Como se imaginarán casi quería tirar la toalla sin siquiera intentarlo. 
Pero grata fue mi sorpresa al descubrir que no era así.  Las cosas estaban bien organizadas y realmente funcionaba todo muy bien.  Lo de cocinar se hacía bien y fácil, aunque pasando calor (los días de calor), todo iba muy bien.  Ya teníamos las cantidades a usar y bueno, al final casi quedaba “vuelta y vuelta” a las cosas y lo más importante, es que estén listas a la hora.  Luego sobre mis otros rollos descubrí que para bañarme había suficiente agua caliente y que cada noche, además de pasar un poco de frío, todo iba bien, no me dolía la espalda y podría soportarlo, podría sobrevivir a esta experiencia y eso me hacía sentir bien, positiva y con ganas de seguir y aprovechar la oportunidad.  Cada uno de nosotros tenía su propia actividad independiente de los demás de la familia: Jorge iba haciendo las cosas que le habían encomendado como asistente de los monitores “de tropa”.  Alberto iba con los “de tropa” en las actividades que le correspondían y Aitana iba de “llavero” de todos y de ninguno, buscando que hacer, talleres con los castores y lobatos, jugar con las chicas de tropa, preguntas indiscretas a los monitores y dispuesta a acompañar a cada uno, las veces que sean necesarias a fregar platos o al baño.
Sin querer, esta experiencia culinaria se convirtió en un retiro espontáneo.  Tuve la oportunidad de conocer a más personas y reconocer a otras que tengo cerca y veo con alguna frecuencia.  Pude ver y reflexionar sobre todo lo que veía.  Por otro lado, con tanto niño, uno (quiera o no) escucha muchas historias y ve muchas situaciones diferentes a las que podemos considerar habituales para nosotros mismos (ni mejores ni peores, sólo diferentes).  Escuchas historias y luego ves a los niños y, aunque no compartamos todo del todo, entendemos conductas y actitudes.  Pero entre tantos niños de otros y entre tantas personas para ver, tuve la suerte de ver a mi familia, de ver a los míos haciendo sus cosillas.  Ver a cada uno desarrollarse de una manera independiente y en actividades diferentes.  Cada uno iba a lo suyo y cada uno se desenvolvía de una manera especial.
Ya que no tenía cobertura en los móviles y no tenía acceso a internet ni nada, que finalmente lo agradecí, tuve el tiempo suficiente para disfrutar de los míos.  Aproveché ese tiempo en conocerlos y reconocerlos en otras situaciones, que normalmente no hubiera sido posible hacerlo.  Entre en ese estado de observación y valoración de mi familia.  Me sentí feliz de la familia que tengo, que como todas tenemos nuestras cosas, obvio.  Pero, como conclusión, el balance fue positivo.
Los días que estuve ahí me desligué de todo lo del día a día, de lo que, por rutina, me cargo cada día y dejo de ver y valorar las pequeñas cosas que realmente me hacen felices.   Ver a cada uno de mi familia sonreír, jugar, gritar, correr y más.  Era una observadora desde el burladero.  Cuando tuve que regresar, aunque no quería regresar, ya no quería que ese retiro espontáneo termine.  Quería que sea más largo, que dure más días, quería ver más, aprender más, tomar nuevas determinaciones y cambios, sentir otra vez ese poder y sentirme capaz (o por lo menos creer) que puedo cambiar cosas sólo con mi esfuerzo y el deseo que las cosas sean mejores para todos.
Ya cuando estaba en casa, intenté mantener lo más que pude ese estado post retiro para seguir dando vueltas a los temas y cosas que realmente me interesan y encontrar la mejor manera de seguir delante de la mejor manera.  Como les contaba al inicio, esa fuerza y dosis extra de adrenalina la llevó yo en mi mente y en mi corazón, pero no significa que el resto está pasando por lo mismo, lo que hace que la lucha por lograr alguna meta es más difícil, pero no imposible.
Hoy regresaron mis chicos del campamento.  Ya estamos todos en casa e imagino que ellos también han vivido sus propias experiencias, nos hemos extrañado mutuamente y habremos pensado lo que queremos cambiar, mantener o mejorar.  Seguro se han tomado ese tiempo para ellos mismos.
Lo único que ahora pienso, es que en realidad, tenemos muchas oportunidades para desconectar de la rutina incluyendo la tecnología y hacer un balance de todo, de todo lo necesario y cargarnos de fuerza interior para retomar nuevas decisiones y retos para nuestra vida.  Aprovechemos las oportunidades, que si se nos ponen delante, por algo será