miércoles, 1 de agosto de 2012

Nos fuimos de boda

Cuando nos enteramos que nos invitan a una boda, tenemos dos posibles pensamientos o sentimientos.  Uno sería de felicidad porque la boda es de alguien especial y nos apetece mucho compartir ese día tan especial.  El otro sentimiento posiblemente es de compromiso, cuando tenemos que pensar si ir o no, pero basando la decisión en el compromiso por cumplir, más que un deseo profundo por participar.  Seamos sinceros, es así.

Si más o menos me van siguiendo recordarán que en una publicación anterior les contaba que había descubierto un nuevo truco que no me duelan los pies cuando tenía que usar tacones y como en julio tuvimos una boda puede probar y aplicar mi nuevo truquillo y funcionó.

También recordarán de alguna publicación anterior de una familia muy especial con la que hace unos meses tuvimos una comida familiar y pasar esa tarde con todos ellos me hizo retroceder muchísimos años y recordar mi niñez.

Cuando me enteré de la noticia que uno de ellos se casaba en Madrid, aunque los novios viven en Lima, me sentí feliz de tener la posibilidad de poder compartir ese día tan especial para los novios y toda la familia.  Podemos decir que de los dos posibles sentimientos que les propongo líneas arriba, en esta ocasión mis sentimientos y pensamientos fueron los de felicidad y alegría.

Los días previos a la boda fueron una locura.  Tener el vestido listo me costó casi una hora y media cada día durante la última semana para que la costurera me lo pueda tener listo, aunque se lo había llevado con 3 semanas de anticipación. Ver que todos tengamos las ropa necesaria, preparar la maleta para quedarnos esa noche en Madrid y esperar  no olvidarnos de nada.  Pero, finalmente llegó el día y nos preparamos para ir a Madrid, previa visita a la peluquería para ya estar peinada, con el moño hecho.

Llegamos al lugar donde sería la fiesta y donde nos quedaríamos a dormir.  ¡Oh! ¡Qué lindo lugar!  Todo se ve tan perfecto, tan lindo, con tanto gusto.  Cuando llegó la hora nos preparamos para subir a la gruta donde sería la ceremonia.  El lugar me dejó impresionada, sin palabras.  Un lugar soñado para casarse, para celebrar un momento tan especial.  Te transmitía una paz, una tranquilidad.  Por un momento te alejaba de la realidad y te acercaba a lo más sagrado y espiritual.
El novio muy elegante iba recibiendo a los invitados.  No lo podía creer, ya era “novio”, aquel niño (porque es más pequeño que yo) con el que yo jugaba hace muchísimos años y luego le daba clases de alemán por las tardes.  Nunca olvidaré un día que no se concentraba en la clase y me comentó “July, es que hoy estoy seco.  He tenido educación física al sol y estoy seco”.

A la hora exacta apareció la novia. ¡Radiante!  Guapísima y con una elegancia y sobriedad que era de admirar.  Ya lo digo, los novios radiantes, guapísimos.  Toda la ceremonia fue tan familiar, tan cercana que te hacía sentir diferente, sentir todo tan íntimo, tan especial.  Todo esto sucede cuando coinciden en un  momento buena gente, un lugar especial, un momento especial y un estado de ánimo personal para vivirlo todo de esa manera tan especial que la vida te está ofreciendo.

Luego de la ceremonia regresamos al hotel para la celebración.  Todo lindo, rico, realmente muy especial.  Conversé, bailé y reí mucho.  Miraba al resto de invitados, que no éramos muchos, quizá faltaba alguna persona especial para los novios, no lo sé, pero viendo a los que estábamos que éramos los padres del novio que viven en Madrid, la familia de la novia que vinieron desde Lima, los hermanos de Suiza, el hermano y su familia de Alemania, los tíos y primas desde Francia, la prima de EE.UU., los otros tíos de Holanda, , los amigos del colegio (de Lima) que viven en Europa, nosotros y alguna otra persona que se me puede haber pasado.  Conversando con tantas personas, todos con los mismos sentimientos de alegría y felicidad, con los mismos deseos de felicidad a los novios, todos en el mismo lugar, pero desde tantos sitios diferentes.
De pronto me veía conversando con quien no veía hace mucho tiempo, otros que recién conocía, pero que era como si los conociera de antes, hablando del mundo, de otros países, de otras vidas.  De pronto olvidas un poco tus problemas, sueñas otra vez con la posibilidad que las cosas pueden ir mejor.  Tomas consciencia que el mundo no es tan grande como parece.  Muchos peruanos que veníamos todos de lugares tan diferentes del mundo, reunidos en Madrid para una boda.

Así como les contaba en la última publicación, veo lo que pasa a mi alrededor con atención, viendo que puedo aprender de las experiencias de otras personas y como las puedo aplicar en mi vida personal y familiar para intentar hacerlo mejor.  En este caso fue igual.  Vi tanta unión entre los hermanos, entre la familia en general y claro, empiezas a analizar tu familia, tu entorno y que tú quieres para eso.  Veía y sentía tanta felicidad (más que alegría) que era contagiosa, dando saltos, conversando, compartiendo que luego pensé que para hacer algo importante en tu vida no necesitas estar rodeado de muchísima gente para que parezcas más popular o querido, no necesitas grandes y aparatosas fiestas.  Sólo necesitas rodearte de personas especiales, compartir tu momento con ellos y todo lo demás fluirá, serás feliz y tu momento será inolvidable para ti y los tuyos.

No pude dejar de pensar que para nosotros sigue pendiente el matrimonio religioso, que no lo hicimos en su momento por excusas que hoy mismo ya no vienen al caso, pues en ningún momento fue por no querer.  Toda esta alegría mee hizo pensar que para celebrarlo sólo tenemos que decidirnos, rodearnos de nuestras personas especiales y decidir ser felices.

Porque es así, está en nuestras manos ser felices, sólo tenemos que tener la valentía de decidirlo y empezar a luchar cada día por alcanzar nuestra felicidad.

¡Seamos felices, ahora!