jueves, 24 de julio de 2014

La mujer del viudo

Antes viví en un piso que tenía vida propia.  Tenía tanta energía que llevaba su propio ritmo.  Soy muy sensible y percibo con mucha facilidad el exceso de energía.

En este piso, todo era muy tranquilo.  Era bastante cómodo para vivir con mi familia.  Disfrutaba mucho de las vistas, la distribución era adecuada.  Todo estaba bien, pero había algo que me hacía sentir incómoda.  Al principio, durante la mudanza, no tenía claro que era, pensaba que se debía a la extrañeza porque recién nos habíamos cambiado y nos teníamos que acostumbrar a nuestro nuevo hogar.  El tiempo fue pasando, pero la sensación era cada vez más fuerte.  Parecía que siempre había alguien detrás de mí, mirando cada cosa que hacía, como si aprobara o desaprobara mis acciones allí.

Me preguntaba que había pasado para que hubiera allí una fuerza tan potente.  Me sentaba en el salón y miraba las paredes, esperando que me pudieran dar una respuesta.  Me decía “si estas paredes hablaran”.  Pero nunca me dijeron nada.  Creo que ellas me observaban e iban ampliando la historia de este piso para la eternidad.

Asumí que esa extraña energía que iba detrás de mí todo el día era la antigua dueña que había fallecido hace muchos años.  Nos lo alquilaba su viudo.  Llegué hasta el punto de hablar con ella, o sola.  Le preguntaba qué es lo que quería, y recibía las mismas respuestas que cuando les preguntaba a las paredes.  Un día, cansada de tanta incomodidad, le dije que ya estaba bien, que nosotros vivíamos allí, que entendía que era su casa, pero que estuviese tranquila, que teníamos buenas intenciones y se la cuidaríamos como si fuese nuestra.  Le expliqué que su marido ya no estaba en ese piso, que estaba muy enfermo y que sería mejor que lo fuese a cuidar a él.  Quiero creer que era ella la que estaba allí, que tuvimos la conversación y todo quedó claro.


Después de este monólogo a viva voz, nunca más la volví a sentir en casa.

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