Antes viví en un piso que tenía vida
propia. Tenía tanta energía que llevaba
su propio ritmo. Soy muy sensible y
percibo con mucha facilidad el exceso de energía.
En este piso, todo era muy tranquilo. Era bastante cómodo para vivir con mi
familia. Disfrutaba mucho de las vistas,
la distribución era adecuada. Todo
estaba bien, pero había algo que me hacía sentir incómoda. Al principio, durante la mudanza, no tenía
claro que era, pensaba que se debía a la extrañeza porque recién nos habíamos cambiado
y nos teníamos que acostumbrar a nuestro nuevo hogar. El tiempo fue pasando, pero la sensación era
cada vez más fuerte. Parecía que siempre
había alguien detrás de mí, mirando cada cosa que hacía, como si aprobara o
desaprobara mis acciones allí.
Me preguntaba que había pasado para que
hubiera allí una fuerza tan potente. Me
sentaba en el salón y miraba las paredes, esperando que me pudieran dar una
respuesta. Me decía “si estas paredes
hablaran”. Pero nunca me dijeron
nada. Creo que ellas me observaban e
iban ampliando la historia de este piso para la eternidad.
Asumí que esa extraña energía que iba
detrás de mí todo el día era la antigua dueña que había fallecido hace muchos
años. Nos lo alquilaba su viudo. Llegué hasta el punto de hablar con ella, o
sola. Le preguntaba qué es lo que
quería, y recibía las mismas respuestas que cuando les preguntaba a las
paredes. Un día, cansada de tanta
incomodidad, le dije que ya estaba bien, que nosotros vivíamos allí, que
entendía que era su casa, pero que estuviese tranquila, que teníamos buenas
intenciones y se la cuidaríamos como si fuese nuestra. Le expliqué que su marido ya no estaba en ese
piso, que estaba muy enfermo y que sería mejor que lo fuese a cuidar a él. Quiero creer que era ella la que estaba allí,
que tuvimos la conversación y todo quedó claro.
Después de este monólogo a viva voz, nunca
más la volví a sentir en casa.
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