Durante el puente de “Todos los Santos” nos escapamos. Personalmente necesitaba unos días para cambiar de aires, romper la rutina y disfrutar de mi familia, ver a los chicos y pasarla bien.
Estuvimos viendo y analizando muchas alternativas, viendo tarifas, distancias, tiempos de viaje, el tiempo y todo para intentar elegir lo mejor.
Una semana antes reservamos un bungalow en Morillo de Tou. Ya me habían hablado de ese lugar, allá por el año 2006, cuando llegamos a España. Me lo describieron como un pueblo en el Pirineo Aragonés “que está muy bien”, que en los años sesenta fue abandonado por sus pobladores tras la crecida del embalse de Mediano que está muy cerca y por el año 1985 los simpatizantes y afiliados sindicales de CC.OO. de Aragón se plantearon su recuperación y lo convirtieron en una “ciudad de vacaciones”.
El sábado salimos hacia media mañana y mientras pasamos a despedirnos de la Mamama Iris, nos acordamos que nos habíamos olvidado de los pañales para las noches, sal, pimienta y aceite para cocinar y algunas cosillas de esas importantes, pero que ya no te explicas porque las olvidaste.
Ya nos habían adelantado que aunque tienen supermercado, en esta temporada está cerrado y que el pueblo más cercano como para comprar alguna cosa que necesitemos es Ainsa y estaba a unos 10 minutos, así que era mejor prevenir y no tener ninguna urgencia u olvido.
Salimos tranquilamente con dirección a Huesca y luego tomamos dirección Barbastro y de ahí rumbo Ainsa - Bielsa – Francia.
En alguna parte del camino recordamos que el neceser con los cuatro cepillos de dientes y la pasta de dientes se habían quedado preparados en el baño Urgente! Buscar donde comprar unos cepillos y pasta. Seguimos camino, paramos en alguna gasolinera y nada. Así que bueno, no había stress tampoco, no podía ser imposible conseguir 4 cepillos de dientes, no?
Ese camino ya lo habíamos hecho dos veces antes hace unos cuatro años y esta vez repetimos, otra vez por error entramos a Barbastro en lugar de seguir de largo. Un pueblo muy lindo, con mucha gente cruzando por los pasos de peatones que nos obligaba a ir muy lento, pero nos sirvió para encontrar donde aparcar y comprar los cepillos. Así que problema resuelto.
Seguimos camino y ya los últimos kilómetros estábamos muy atentos a las señales. Ya no faltaba nada, estábamos a punto de llegar. El camino, en realidad no es muy largo, en total poco más de dos horas y finalmente las señales empezaron a aparecer: bajar la velocidad, pegarse a la derecha, girar y entrar. ¡Hemos llegado!
Estábamos los cuatro en el coche, en silencio mientras nos íbamos acercando a la entrada, intentábamos ver y entender todo. Todas las construcciones eran de piedra y madera, casi como lo habíamos imaginado.
Entramos y buscamos donde aparar para poder ir a la recepción, registrarnos y nos entreguen la llave de nuestro bungalow. ¿Dónde será? ¿Cómo será? Tantas preguntas mientras esperábamos en la recepción. Veíamos las caras de las demás personas que esperaban, seguro que nuestras caras eran parecidas, una combinación de ilusión, impaciencia, curiosidad y ganas de llegar. Por fin nos toca a nosotros! Llenamos el formulario, explicación, recomendaciones y las llaves. Cuando vi el llavero no lo podía creer, nos tocó el bungalow nº 13. Ahora se preguntarán ¿Qué hay con el 13? Es muy fácil de explicar y brevemente se los contaré.
En la familia de Alberto, siempre, desde que los conozco, consideran que el nº 13 representa al abuelo, a quien tuve la suerte de conocer. Entonces, en muchos momentos importantes, de alguna manera el 13 aparece y ellos entienden que el abuelo los acompaña y está con ellos. Pues bueno, siempre escuché estas historias, no diré con incredulidad, porque yo creo en estas cosas, pero a mí no me pasaba. Pero desde que Alberto falleció, el nº 13 también “se me aparece” en momentos importantes y siempre con cosas positivas. Por ejemplo, si sumo los dígitos del cumpleaños de Alberto, mi hijo, suma 13 (3+8+2+0+0+0=13), la matrícula de nuestro coche es 0067 XXX (0+0+6+7=13) y bueno muchas otras cosas más.
En ese momento sentí una tranquilidad enorme. Entendí que habíamos tomado una buena decisión al tomarnos unos días sólo para nosotros cuatro, a pesar del gasto, de todas las dudas que podíamos tener, entendí que valía la pena, era lo correcto, lo mejor para cada uno de nosotros y para nosotros como familia.
Además estaba segura que no estaba sola, que desde el cielo nos estaban cuidando y que todo saldría bien, sólo teníamos que disfrutar.
Llegamos a la zona de los bungalows, perfecto, aparcamos al lado y a descargar y desempacar mientras los chicos iban haciendo reconocimiento de territorio y haciendo amigos nuevos.
Salimos, mapa en mano para conocer un poco nuestro pueblo por ese fin de semana, donde se realizarían las actividades de halloween y dar una vuelta.
Alberto estaba desesperado porque había un taller para decorar calabazas de halloween. No sólo por qué haría o cómo le quedaría, también estaba pendiente de qué hacer y cómo aprovechar la calabaza. Había estado revisando recetas por internet para saber que hacer. ¡Que stress!
Finalmente llegó la hora del taller, las calabazas quedaron excelentes y nos llevamos toda su “carne” y finalmente cenamos crema de calabaza. Para ser la primera vez, salió muy bien.
Luego seguimos paseando, los chicos fueron a otro taller para decorar la sala donde se va a realizar la fiesta de disfraces del 31 y a casita a cenar y dormir.
Al día siguiente nos fuimos de excursión a Tella con más gente “del pueblo”. Iríamos al Museo de Brujas y una excursión para visitar las 3 ermitas. Nos dijeron que podríamos ir tranquilamente con Aitana, que era de nivel “fácil”. Así que iniciamos el camino. Todos íbamos andando por la montaña. El guía nos iba explicando y comentando todo lo que veíamos alrededor. Pero las vistas eran tan increíblemente bellas que casi no te podías concentrar, nuestros ojos no podían mirar todo lo que la naturaleza y la vida nos estaban ofreciendo en esos momentos.
Aitana no duró mucho tiempo andando, además que nos íbamos retrasando, así que dejó de andar y cual santa de pueblo ya iba sentada en los hombros de Jorge. Mientras papá iba cansando cargando a Aitana, ella muy cómoda le dice “papi, ya estoy cansada”. Llegamos a la primera ermita, luego hacia la segunda, pero el camino se volvió más duro, por lo menos para mí y para llegar a la segunda ermita había que subir y ya no podía más. Me quedé esperando que Jorge y Alberto la visiten, mientras Aitana y yo nos tumbamos a descansar mirando el cielo y disfrutando de las vistas. Luego a la tercera ermita y bajar de regreso a Tella para visitar el Museo de las Brujas, mirar una vez más el pueblo, el paisaje, las vistas y regresar a Morillo de Tou para comer, que ya teníamos hambre.
Luego de comer, nos fuimos por el puente colgante que está sobre la carretera hacia el mirador y ver el embalse que estaba seco, una pena! Pero pudimos disfrutar de los colores propios del otoño. Reflexionamos que luego de casi 6 años viviendo en España, era la primera vez que teníamos un “contacto” real con el otoño, antes siempre en la ciudad, pero nunca desde la propia naturaleza, viendo tantos árboles, con esos colores tan lindos, mis ojos no alcanzaban a ver tanto.
Ya oscureció, paseamos un poco más, los chicos a los juegos y de regreso a casa.
Al día siguiente, ya era el 31, nos fuimos a Ainsa. Hace unos años ya habíamos ido a Aínsa y aunque hicimos una vuelta rápida y por la noche, no me había olvidado de su especial encanto y era necesario regresar. No decepcionó. Ainsa vale la pena una y otra vez. Después de caminar por sus dos calles del casco histórico, mirando cada detalle, cada puerta, cada balcón, subimos a la torre de su Iglesia, al campanario. Todo esto hay que vivirlo.
Ya en nuestro bungalow otra vez, comimos y descansamos un poco porque era la noche de halloween. Alberto estaba ansioso con la castañada popular, ver las calabazas decorando la entrada a la fiesta, el disfraz, ir por todo el pueblo haciendo “truco o trato” y conseguir la mayor cantidad de caramelos y luego la fiesta. Sería una larga noche.
Nada tuvo desperdicio, la castañada salió súper bien, ante una hoguera esperando las brazas, esperando las castañas, los chicos con los nuevos amigos y nosotros hipnotizados con el fuego, con su calor, con su color.
Ya en casa, nos tocó la puerta el amigo de Alberto, disfrazado y listo para pedir caramelos, era la señal que Alberto esperaba. Salió corriendo, sin mirar atrás. Rápidamente pusimos el disfraz a Aitana para que puedan salir juntos, y logró alcanzar a Alberto que ya llevaba un par de bungalows de ventaja. De ahí en adelante, siempre juntos y de la mano. Luego de la zona de bungalows, nos fuimos por los unifamiliares y luego la zona de camping. Casi podríamos decir que pasamos por todo el pueblo.
No sé como expresar lo que sentía al ver a Alberto y Aitana caminando unos pasos delante de mí, siempre de la mano. Alberto, con un amor y paciencia infinita le iba explicando a Aitana de que se trataba todo y la iba ayudando en cada paso. Aitana sólo lo miraba sin entender lo que realmente pasaba. Sólo veía que en cada puerta que tocaban Alberto decía “truco o trato” y tenían que abrir sus bolsas y las personas les daban dulces y caramelos o lo que tenían rápidamente a mano.
Sólo un momento pararon mientras esperaban a una amiguita de Aitana, para ver si seguían la ruta juntos. Pero no se tardaba mucho y entonces Aitana le dice “Tato (=hermano) vamos y tú haces truco trato, vale?” Espabilada ella, arreando al hermano para llenar su bolsa.
En esos momentos di gracias a Dios por mis hijos, por mi familia, por la vida que tengo, por cada detalle, por su grandeza y porque me ha dado la posibilidad de poder ver su grandeza y recordar que con pequeñas cosas podemos ser extremadamente felices.
Luego de llenar cada uno su bolsa de caramelos, nos fuimos a la fiesta. Aitana llegó tímida, siempre de la mano, pero según iba escuchando la música, su cuerpo empezaba a moverse, con un ritmo especial, con una personalidad admirable. Según iban pasando los minutos, se iba soltando, se iba alejando de mí, terminado en el centro del salón bailando segura y disfrutando de la fiesta.
Luego con Jorge sólo la mirábamos en silencio, pienso que cada uno, imaginando el futuro que nos espera con ella y admirando su seguridad en ella misma. Pasamos los últimos minutos en la fiesta, con Alberto que de tanta castaña no se sentía muy bien. Aitana nos marcó la hora de partir a casa, para dormir y al día siguiente, luego de desayunar, empacar nuestras cosas y no olvidar ningún momento vivido, llevarlo muy presente, recordar los mejores momentos y regresar a casa totalmente recargados, con nuevas expectativas, haciendo planes para regresar y retomar la rutina, pero con otro aire.