Desde hace
mucho, pero muchísimo tiempo, tengo un deseo: poder ver tres fotos del futuro,
una de cinco, de diez y otra de veinte años más adelante. Quería que fuera de un cumpleaños o cualquier
día especial, de esos, cuando te reúnes con las personas que son importantes,
quería ver quienes aparecerán a mí alrededor entonces. Tengo la certeza de que algunas personas de
mi presente se repetirán en las tres fotos, pero estoy segura que alguna desparecerá
y veré caras nuevas. Cuando reviso fotos
de mis cumpleaños anteriores o de otros días especiales observo mucho que
personas están o no en las fotos según han ido pasando los años.
Estos
últimos días he recordado mucho mi época de colegio. Mis compañeras, mis amigas, tantas cosas que
hemos vivido juntas. Si recuerdo alguna
imagen de esa etapa de vida. ¡Cuántos
buenos recuerdos vienen a mi mente!
Estoy recordando fotos de esos días y veo que personas hoy ya no están
en mi vida y otras que, aunque en una imagen actual no aparecen, sé que están
en mi corazón.
Hoy me
viene a visitar esa Julia de diecisiete años.
Justo la que disfrutaba de su último año en la etapa escolar. Al verla entrar a mi casa me sorprendo porque
no esperaba su visita. Ella me dice que
vuelve para recordarme la ilusión que tenía en esa época y me recuerda que sólo
han pasado veintiún años y que siempre puedo desempolvar mis sueños y ponerlos
en marcha otra vez.
Me quedo
atónita ante su presencia por la seguridad en sí misma, pero por otro lado,
percibo en su mirada la ingenuidad de creer que puede cambiar el mundo. La invito a pasar y sentarse conmigo a
conversar un poco. Me adelanto y le
cuento cómo y cuándo decidí venir a vivir a España, porque a esa edad no estaba
entre mis planes. Ella me mira con
atención, como cuando conversas con una persona a la que admiras.
Recordamos
a mis compañeras de colegio, a los profesores, mis asignaturas preferidas y las
que me costaban tanto. Me pidió que le
explicara, sólo por curiosidad, por qué no estudié arquitectura, que es lo que
repetía hasta el cansancio. Le expliqué
que, a final de ese mismo último año de colegio, por consejo de mi tutora y mis
padres, decidí empezar estudios técnicos para tener algo entre las manos y
luego ya seguir con mis sueños de arquitectura.
Al final, el tiempo pasó, estudié, terminé y empecé a trabajar. Adiós los planes de ir a la universidad.
Al verla,
me puse a pensar en la energía infinita que tenía. Iba al colegio con ilusión y es que siempre
me ha gustado mucho, llegar a casa y estudiar, entrenar baloncesto y no parar
nunca de soñar. Ahora me veo más
cansada. Justifico pensando que los años
no pasan en vano y que todo se tiene que notar, pero no sólo es la energía
física, es la energía vital, la de creerse dueña del mundo. Quiero volver a tener esa sensación.
Ella me
dice que no tiene tanto tiempo para quedarse conmigo, que sólo sentía
curiosidad como vivía yo. Dice que
siempre se había imaginado la vida tendría a los cuarenta años. Le dije que esperaba no haberla
decepcionado. Me sonrió, transmitiendo
mucha satisfacción y tranquilidad, y me dijo que no, que estaba satisfecha con
todo lo que habíamos conversado y que aunque veía que mi vida actual no era la
vida que soñaba a los diecisiete años, entendía como había tomado otro camino y
que los resultados estaban bien y habían valido la pena. Pero que, de todas maneras, que no me olvide
nunca de soñar, que esos sueños los puedo hacer realidad, aunque hayan pasado
veinte años, nunca es tarde.
La acompañé
al rellano y esperamos juntas al ascensor.
Le di dos besos y un fuerte abrazo.
Sabía que nunca más la volvería a ver o que me visitaría cuando
quisiera, pero no dependía de mí. Me
dejó pensativa, pero feliz.
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