Los
que me conocen, saben que no soy muy fanática, ya sea a
personas o a cosas. En mi época adolescente, los grupos de moda
me gustaban, como a todos, o todas. Pero no lloraba por ellos como
si se me acabase la vida, tanto que casi no recuerdo a alguno. Lo
que sí recuerdo es que algunas de mis amigas sufrían y padecían
por ellos, pero yo no lo llegaba, tan siquiera, a entender esa
sensación, ese sentimiento. No recuerdo haber tenido pósters
en mi habitación (quizá alguno, o no), ni mis carpetas del colegio
forradas con sus caras. Estaban ahí, los disfrutaba y punto. Es
que, no era para tanto, ¿no? O, ¿sí?
El
hecho es que si pude superarlo y pasar dignamente por mi adolescencia
sin fanatismos extremos, aunque quizá alguna obsesión (mínima pero
nada más), ¿está bien, no?

Fue
la primavera del 2014 cuando nos conocimos oficialmente, cuando le
presté especial atención. Por donde iba, al lado de la carretera,
en un camino, donde haya un poco de tierra y llueva de vez en cuando,
entre otras flores silvestres, ahí estaban las amapolas, saludándome
al pasar.

Cuando
veía algunas amapolas, las cortaba con la intención de traerlas a
casa para poder disfrutar durante algunos días de su singular
belleza. Pero era imposible. Eran tan delicadas que, una vez que
las cortaba, rápidamente se empezaban a marchitar, aunque las
pusiera en agua. No había forma de llegar a casa con, aunque sea,
una única flor viva. Todas morían antes. Era frustrante. Pero no
me iba a rendir, pero tampoco iba a cortar cada amapola que se me
cruce en el camino.
Otra
ocurrencia mía, intenté conseguir algunas semillas. A través de
Facebook pregunté, pero nada, no hay semillas de amapolas. Así
que, sin conocimiento, cogí algunas de las semillas de las flores
que veía por ahí y las he soltado en mis macetas y no pierdo la
esperanza que alguna vez, entre mis demás plantas, florezca una
amapola.
Sólo
una vez intenté trasplantar una, pero nunca conseguí sacar la
planta entera. El tallo era tan fuerte y al parecer las raíces
también y deben de haber estado muy arraigadas a la tierra. No pude
sacarla.
Finalmente,
alguien respondió a mi solicitud en el Facebook y me explicó que
sería muy difícil que pueda conseguir alguna planta o semillas de
amapolas. Y me dijo una frase que me hizo ver estas flores de una
manera diferente: la amapola es una de esas flores cosas que uno las
puede ver, admirar, disfrutar, pero nunca las puede tener.
Y
me quedó esa frase como reflexión. Cuántas veces nos preocupamos
por conseguir, por tener todo lo que queremos, por poseer nuestro
tesoro, pero muchas veces ganamos más disfrutando que esté ahí,
viéndolo sin poder poseerlo.
Pero
como la fe el lo último que se pierde, espero que alguna vez
florezca alguna amapola entre las plantas de mi balcón.