Anoche fue una de esas noches en las que me
fui a dormir más pronto de lo habitual, quise estar en la cama, la primera
noche con el edredón de plumas y quería disfrutarlo viendo televisión desde la
cama y calentita.
En fin, me puse algún programa en la
televisión que ahora mismo ya no recuerdo bien cuál era. ¿Será que me estoy haciendo mayor? O,
simplemente puse cualquier cosa por pasar el rato o estaba cansada y media
dormida y por eso no me acuerdo.
Me quedé dormida en algún momento, pero de
pronto, y no sé por qué, me desperté sobre las 2 de la madrugada. Hice un recorrido viendo dónde estaban todos
porque Jorge, mi esposo, no estaba en la cama.
Él recién se estaba preparando para irse a dormir. Apagué la televisión, que aún seguía
encendida y media vuelta y a seguir durmiendo.
Como todos, al despertarme, no siempre recuerdo los sueños que tengo y
creo que, siempre soñamos algo, sólo que, por lo que sea, algunas veces los
recordamos más y otras veces no tanto o sólo “escenas” puntuales de nuestros
sueños.
Ya por la mañana, cuando se despertó mi hija,
se me acercó, aún soñolienta, y me dio un súper abrazo, de esos que sólo tus
niños te pueden dar. Casi se me puso la
piel de gallina al cerrar los ojos y sentir su abrazo y recordar perfectamente
mi sueño y la sensación que sentí durante el sueño.
Resulta que mi sueño iba de una fila, una
larga fila para saludar a alguien en una Iglesia, lo que no tiene mucho
sentido, porque no se trataba de algún acto religioso. Era muy raro, no recuerdo lo anterior o cómo y
por qué llegué ahí, sólo recuerdo que estábamos en una fila porque había
alguien famoso o importante (que no siempre es lo mismo). Conforme iba llegando a los primeros puestos
de la fila, veía que había una mesa y tres hombres sentados ahí y las personas
pasaban por delante saludando de la mano a cada uno, algunos sólo saludaban y
seguían de largo, otros se detenían y cruzaban algunas frases con algunos de
ellos, otros pedían un autógrafo y algunos el infaltable selfie. Cuando
faltaban pocas personas para que me toque, el hombre que estaba en medio se
levantó y fue hacia atrás, alguien tenía algo importante que decirle. En mi sueño sentía que esa era la persona que
a mí me interesaba y no quería pasar de largo sin saludarla. Así que, cuando me tocó pasar, intenté buscar
con la mirada a aquel hombre que estaba sentado en medio y, con sorpresa, lo
conseguí. Su respuesta fue la mejor que
me pude esperar, me miró y sonrió. Me hizo
una señal de que espere y rápidamente vino hacia mí. Era él, me dio un abrazo de esos que sólo él
me podía dar. De pronto sentí una paz
infinita, todos mis pensamientos y preocupaciones desaparecieron. Con su abrazo, él me fue alejando de la mesa
y así abrazados empezamos a hacer una especie de baile juntos, unidos los
corazones, me iba diciendo cosas al oído que me daban aún más paz. Empecé a escuchar al resto de la gente, el
ruido era cada vez más alto, la gente se quejaba porque estaba tardando mucho, que
tenía que irme ya que todos quería hablar con él. Dejé de seguirle el ritmo y le dije que las
demás personas también querían estar con él y que sería correcto que ya
terminemos. Él me abrazo aún más fuerte
y me dijo que era nuestro momento después de mucho tiempo y que los demás
podían esperar o seguir. Me sentí bien y
reconfortada. Me empezaron a venir a la
mente tantos buenos recuerdos. Cerré los
ojos, respiré y recordé. Me sentí más
reconfortada y tranquila. Esa sensación
de que todo gira alrededor pero que tú vas a otra velocidad, en este caso, todo
iba en cámara lenta. Después de un rato,
dejamos de bailar. Nos separamos y nos
empezamos a alejar. No sentí pena. Me sentía muy bien.
El abrazo de mi hija por la mañana me hizo
recordar ese sueño y pensé: “¡Papapa, te extraño tanto!”