Siempre me ha gustado andar sin zapatos, ir
descalza. Para mí es como llegar a casa
y ponerse cómodo.
Mis recuerdos de niña son así. Tenía la suerte de vivir en un pueblo, a las
afuera de Lima, que se llama Chosica. El
clima era más seco que el de Lima, que llega hasta un 96% de humedad, y la
temperatura es más agradable. Esta
localidad tiene un microclima diferente.
Hace muchos años a las personas que sufrían de enfermedades bronquiales
o asma les recomendaban ir a vivir a Chosica, sobre todo en los meses de
invierno, julio y agosto, para evitar las crisis. Los limeños subían a Chosica y las demás
localidades cercanas para disfrutar de días de sol, temperatura agradable, aunque
por la noche refrescaba.
Aunque tenía zapatos, en casa no recuerdo que los
usará mucho. Recuerdo a mi abuela
recomendándome que me los pusiera, y si eran cerrados mejor, para que el pie no
se volviera ancho, ya que era muy feo para una niña. Al colegio tenía que ir con el uniforme gris
obligatorio para todos los escolares de mi época. Hoy, si no me equivoco, los colegios públicos
mantienen el uniforme y los colegios privados eligen el uniforme o ropa de
calle para sus alumnos. Al llegar a casa,
sobre las tres de la tarde, tenía que cambiarme para que la falta no se manchara. En ese momento aprovechaba para quitarme los
calcetines grises o negros del uniforme y quedarme sin zapatos. Lista para comer, hacer los deberes y jugar en un jardín enorme
con dos higueras que nunca olvidaré. Hoy
recuerdo con nostalgia, todo lo que he jugado y disfrutado con mis dos hermanos
menores. Me viene a la mente cuando quisimos
tener piscina en casa y arropados por la sombra de las higueras, nos dispusimos
a cavar con juguetes de playa. Cuando
consideramos que ya estaba listo, pusimos en las paredes trozos de baldosas y
losetas sobrantes de la reforma de algún baño.
Ya se imaginarán cómo quedó el hueco entre las higueras lleno de agua y
cómo terminamos nosotros. ¡Fue
genial! También cuenta la historia que,
con mis hermanos lo pasábamos tan bien por las tardes jugando y enmugrándonos
como corresponde a esa edad, que una buena amiga de mi madre pensaba que no nos
bañaban todos los días, que nuestra suciedad era por “acumulación”. Pero somos de la costumbre de ducha
diaria. Así pasaron mis primeros nueve ó
diez años viviendo en Chosica en la casa de mis abuelos.
Luego nos fuimos a vivir a Lima y, por el clima, ya
no era tan recomendable ir descalzo. Cada
vez que podía, me quitaba los calcetines y los zapatos Disfrutaba de poder sentir
la naturaleza con los pies, el césped, la arena, el agua y que alguna vez una
piedrita te pincha el pie.
Y en el año 2002 ó 2003 visité a una amiga en
Alemania que me explicó la energía que transmiten los árboles y la naturaleza. Como era verano aprovechamos en su casa para
ir descalzas y disfrutar del jardín con los pies libres.
Pero van pasando los años, una se va haciendo mayor
y tiene que guardar la compostura y usar zapatos durante más tiempo. Vine a vivir a España con mi familia y por lo
frío del invierno, en comparación con el invierno limeño, y por cuestiones de
limpieza para no dejar huellas de pies por todo el suelo, perdí la costumbre de
andar sin zapatos.
Un día estaba con mi marido, no recuerdo bien el
lugar, y de pronto decidí quitarme los calcetines y los zapatos. ¡Qué sensación más maravillosa! ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última
vez? ¡Todo lo que me he estado
perdiendo! Sí, me descalcé y sentí otra
vez el césped en mis pies, la libertad, la naturaleza y su energía.
Hace unos semanas, tuve la suerte de disfrutar de un
fin de semana con mi marido e hijos en los Pirineos. Durante los días brillaba el sol y por la
tarde, aunque enfriaba un poco, se estaba muy bien. Una mañana, dando una vuelta por el pueblo y
mientras íbamos andando por los jardines, decidí quitarme los zapatos y andar
descalza, disfrutar del césped, de la naturaleza y su energía otra vez. Mi hija pequeña, aunque que no le gusta
sentir la hierba en sus piernas, decidió hacer lo mismo: ¡zapatillas y
calcetines fuera! Su primera reacción
fue saltar por todas partes, daba gritos de emoción, corría y corría sin
parar. Luego, llena de euforia, daba
volteretas. Terminamos las dos tumbadas
en el jardín jugando. Disfruté muchísimo
al ver como lo pasaba tan bien con algo tan simple con andar descalza, y es que
la naturaleza es sabia.
¿Recuerdas cuándo fue la última vez que decidiste andar sin zapatos y sentir?