Este fin de semana que pasó recordaba cómo, hace
unos años me electrocuté. Es un verbo
que no se conjuga fácil en primera persona y en pasado. No siempre tienes la oportunidad y la suerte
de poder conjugarlo.
Pues bueno, ¡Sí! Me electrocuté, aunque suene muy
fuerte, pero fue así. Estaba en mi
cocina. La familia sentada ya a la mesa
para cenar y yo regresé para desconectar la olla arrocera de la extensión o
alargadera y poder servir el arroz a cada uno.
Con las manos aún húmedas, como muchas otras veces, cogí el conector
para desenchufar y al tirar del enchufe, el conector de la alargadera se abrió
por la mitad dejando las piezas metálicas internas, conectadas todavía a la
electricidad a la vista y al tacto.
Cada vez que recuerdo ese momento lo revivo una y
otra vez. Se me pone la piel de gallina
de sólo pensarlo e imaginar cómo pudo haber terminado la historia.
Una de las mitades del conector se me quedó pegada
en la mano izquierda. Yo recuerdo que
logré dar un grito de susto y dolor y luego sentir como la electricidad
recorría mi cuerpo. Sacudía mi mano
intentando que el conector se despegará, pero sin éxito. Luego se me vinieron a la mente los típicos
consejos de no coger directamente el cable, usar algo de plástico o madera,
cosas que no sean buenos conductores de electricidad, pensaba en alguna cosa
aislante, pero en mi cocina veía tantas cosas, pero lo único que me parecía que
me podría servir eran las cucharas de madera, pero tampoco me resultaban muy
útiles.
De pronto sentí una rara sensación. Entendí que podría ser el fin, mi fin, que de
estas cosas se muere la gente, que realmente es peligroso y que si quería
seguir viviendo era el momento de luchar.
No recuerdo haber visto mi vida pasar como una película, así como
cuentan. Yo sólo pensé, por primera vez,
que me podía morir, que esa posibilidad existe, que era real, que lo estaba
viviendo, que si quería vivir tenía que pensar y actuar rápido porque no tenía
mucho tiempo. Tenía que observar alrededor,
hacer rápidamente una estrategia que sea exacta y eficiente y actuar sin
chistar.
Aunque mi cuerpo iba al ritmo de la electricidad, mi
mente decidía que hacer, mi corazón sentía miedo de no poder conseguir lo que
mi mente planeaba. Mis ojos hacían un
barrido general por toda la cocina, buscando algo que me pueda servir. ¡Qué miedo! ¡No quiero morir hoy!
Así que decidí hacer algo por mí misma y por mi vida
y por los míos, así que actué. Aunque
meneaba la mano enérgicamente y al ver que no lograba que los conectores
metálicos se despeguen de mi mano, con la otra mano cogí el cable, muerta de
miedo, pero como dicen, el que no arriesga, no gana. Así que cogí el cable a unos 20cm del
conector, cerré los ojos y tiré con todas mis fuerzas hasta lograr que se
despegue.
Recuerdo, como les conté antes, que grité, pero lo
que no recuerdo es en qué momento fue.
Me salvé, salvé mi vida en ese momento.
Luché, una vez más, por seguir adelante.
Quizá alguna persona me diga que con ese sacudón, realmente no había
peligro de muerte, no lo sé. Yo sé lo
que sentí, el miedo que sentí y como sentí y pensé que podría ser el fin.
Todo fue muy rápido.
Está claro que el tiempo no lo tengo cronometrado, ni mucho menos lo pude medir, pero creo que no
todo esto pasó en menos de 1 ó 2 minutos.
Tan poco tiempo y tantas sensaciones, pensamientos, ideas, decisiones.
Ya más tranquilos después fuimos al hospital,
vacunas, curaciones, que aunque las heridas no eran tan grandes, eran
suficientes para tener la mano con vendajes.
Ya pasaron casi 5 años desde ese día, que no olvido
la fecha exacta. Todavía tengo las
cicatrices en la mano. Pequeñas huellas
que me recuerdan que nuestro cuerpo es muy resistente, que nos podemos caer,
rasparnos y hasta hacer heridas profundas, que se nos rompen los huesos, pero
todo se puede arreglar, curar. Pero hay
veces que pasa algo que parece menos fuerte o insignificante (no encuentro
realmente la palabra adecuada para decirlo), pero de un momento a otro nos
recuerda la fragilidad de la vida. Hoy
estamos aquí. Mañana no sabemos.
Entonces pensamos un poco más, si la vida que
tenemos hoy, es la vida que queremos tener y si somos realmente felices. En caso que no sea así: ¿Por qué vivir
así? ¿Qué hacemos hoy para ser
felices? No sabemos si tendremos mañana
o si mañana estarán con nosotros las personas que son importantes para nosotros.
Decidamos hoy ser feliz y empecemos a tomar
decisiones hoy. Actuemos hoy y ahora que
mañana es una sorpresa.