El próximo martes 24 será el cumpleaños de Jorge, mi esposo, y este
año cumplirá 40 años. Por su rutina de
trabajo esa semana le tocará viajar, otra vez, como el año pasado. La última vez llevaba sólo seis meses en su
nueva ruta y trabajo y yo aún trabajaba.
Me dio mucha pena, pero se dio así.
Es verdad que hacemos cosas para nuestra familia y seres queridos como
las haríamos para nosotros mismos. Y,
¡sí, claro! A mí me encanta celebrar mi cumpleaños. Ya sé que también hay personas a las que no
les gusta celebrar, les trae malos recuerdos o simplemente no quieren, así que
hay que intentar respetar su opinión.
Este año tuve uno de esos chispazos míos, inspirado y lleno de
ilusión. Lo empecé a organizar un mes
antes del cumpleaños. Decidí que ese día,
después de dejar a Aitana en el colegio, cogería el coche y me pondría rumbo a
Tarragona a ver donde lo podía encontrar y sorprender. Tenía que ir preparando con anterioridad
varias cosas. Empecé tomando nota de su
ruta, del orden de los pueblos que iba a visitar cuando iba a Tarragona, dónde
paraba a comer y dónde dormía. Todo esto
es una idea en borrador, porque ya sabemos cómo son estos trabajos, según el
día podría avanzar o retrasarse un poco, pero ya tenía una base. Luego lo comenté con mis padres para ver si
me podían ayudar y mis hijos quedándose con ellos esas 30 horas.

Además tenía que revisar el coche con
anticipación (más que suficiente). Mi
padre me sugirió llevarlo a su taller de confianza para el cambio de aceite y la
revisión rutinaria, que ya le tocaba. Y
sí que le faltaban cosas: cambio de aceite, todos los filtros, plumillas. Optamos por hacer lo indispensable y luego lo
demás. Por la tarde me llamó el mecánico
para avisarme que se había llevado mi coche a su casa para probarlo bien, que
ya estaba listo y al día siguiente lo podía recoger. Dormí tranquila pensando que mi plan se iba
forjando sin sobresaltos. A la mañana
siguiente, muy temprano, me llamó Juanjo, el mecánico, para decirme que estaba
intentando arrancar el coche pero que no funcionaba. ¿¡Qué!? Me comentó que llamaría a la grúa de mi
seguro y que me pasara a medio día para darme un diagnóstico final. Un escalofrío horrible recorrió mi
cuerpo. No podía ser cierto, mi coche no
arrancaba y temía lo peor. Al parecer,
empezaría sorprendiéndome yo misma. Era
un tornillo roto, dentro de la válvula EGR.
¡Ya lo sabía! Era lo que me
esperaba, ya me había fallado antes, el del otro taller lo había logrado
apañar, pero me advirtió que la siguiente vez ya tenía que cambiarlo. Así que, además de estar una semana sin coche
tuve que añadir una factura de unos mil euros que no esperaba.

Salí de esa, todavía me faltaba buscar sus regalos. Tenía la foto de unas zapatillas y además le
pedí que me hiciera una lista de deseos para estar segura de acertar. Cuando fui de compras no encontré mis
alternativas de regalos importantes, sólo pude conseguir lo secundario. Había que seguir buscando. Recorrí todas las tiendas de zapatillas pero
no había, y es que tenían que ser “esas”.
Lo mismo me pasó con el libro de The Walking Dead. Lo busqué hasta por internet y nada. Como dice mi amigo Diego, tenía pensado el
regalo “sentimental” y necesitaba una camiseta negra. Fui, miré, revisé y la compré. Coordiné para que estuviera el día que la
necesitaba y todo iba funcionando.
Necesitaba saber el mejor caminio para llegar a Miami Platja. Pregunté a unos amigos, que me dieron hasta
mapas con alternativas y recomendaciones.
Ya era el fin de semana antes del cumpleaños. Tenía todo preparado, todo listo, pero sólo
en mi cabeza. No podía aparentar nada
para que Jorge no sospechase.
Finalmente llegó el día de su cumpleaños. Ya tenía todo listo. Antes de que los chicos salieran hacia el colegio,
llamamos para saludarlo y empezara su día con todo nuestro amor y buenos
deseos.
Emprendí el camino hacia Miami Platja, en Tarragona, aunque no tenía
certeza de que a mi llegada Jorge estuviera allí. ¡No importaba! Ya le iría haciendo seguimiento con el móvil
para coincidir.
El camino de ida fue bien, mejor de lo que esperaba. Disfruté mucho.

Al llegar a un pueblo llamado Flix, paré en una gasolinera para descansar
y recordé que me había comentado que ese pueblo era parte de su ruta. Lo llamé y me dijo que estaba en el pueblo
siguiente, en Ansó. ¡Qué ilusión! Sólo estábamos a unos diez kilómetros de
distancia. Seguí el camino con la
tranquilidad de que su siguiente destino sería Miami Platja. Poco antes de llegar lo llamé otra vez. Necesitaba saber si ya estaba ahí e intentaría
conseguir que me diera alguna referencia de su ubicación. Nada, no tenía idea dónde podía estar. Recordé que su coche lleva rótulos de su
empresa en los laterales. Con suerte lo
podría ver por ahí. Entré al pueblo,
mirando con atención cada coche blanco que veía, intentando ver los
rótulos. Seguí avanzando unas pocas
calles. Derecha, izquierda, un poco más
y de pronto ¡ahí estaba! Por suerte iba
lento, así que giro a la derecha y logré aparcar justamente a su lado. Su cara de sorpresa no tenía precio. Me sentí feliz de haberlo conseguido. Comimos juntos. El resto de la tarde lo seguí mientras él iba
visitando sus clientes y avanzando su ruta.
Trabajo duro. Dimos una vuelta
rápida por Salou, conocida como la “playa de los zaragozanos” y de ahí a
Cambrils, donde dormiríamos según su rutina habitual. Cenamos juntos y los del hotel, al sacar el
postre, le pusieron velas y cantaron el cumpleaños feliz. Estuvo bien.
Diferente, sencillo, pero especial.

Al día siguiente, tenía que salir pronto y seguir su ruta, aún le
quedaba una noche más de viaje. Yo
aproveché para estar en un pueblo de playa.
Salimos juntos del hotel y me fui al paseo marítimo. Caminar un poco por la playa, respirar ese
aire marino que tanta falta me hace. Me
senté en un banco a mirar el mar infinito, un paseo más, algunas fotos y
emprender el camino de regreso a casa.
Regresé feliz de haber logrado sorprenderlo, pasar su cumpleaños con
él. Entendí un poco más su trabajo y
tuve un rato sólo para mí, que también me hacía falta.