Hace unas semanas, estuve casi dos días hablando con una amiga de
muchos temas místicos, como: fantasmas, reencarnación, espiritualidad, energía
y mucho más.
Estos temas me gustan muchísimo y disfruto comentándolos con otras
personas que también están interesadas o que, por lo menos, no los rechazan. No intento convencer a nadie de nada. Cada uno necesita creer en algo, en lo que
quiere creer o en lo que le han enseñado, pero sobre todas las cosas, uno tiene
que creer en lo que le transmita paz y tranquilidad a su mente y a su corazón. Si puedes vivir con eso, estará bien para ti.
Durante nuestras conversaciones de fantasmas y experiencias
paranormales, hablamos sobre la energía.
La energía que tienen las personas y las cosas. ¿Cuántas veces has ido a un lugar y te has
sentido bien, cómodo, a gusto? Es la
buena energía que tiene ese lugar, que tiene que ver con las personas y las
cosas que hay ahí.
Existe también la mala energía.
Y es que hay cosas que aunque no se pueden ver y cuesta mucho
explicarlas. Tanto las personas, como el
alma (en caso de alguna persona fallecida) e incluso algunas cosas tienen su
propia energía. Cuando se mezclan hacen
que cada lugar tenga una fuerza especial.
Soy muy perceptiva para eso, aunque no lo puedo explicar, sólo lo
siento. Cuando llevo algún pendiente,
colgante o anillo que rara vez utilizo me siento diferente, cansada,
pesada. Es una sensación extraña que
empieza a desaparecer cuando me quito estos accesorios. Es como si tuvieran una carga negativa para
mí y me afectan. Esto me ha pasado
siempre, hasta hace unas semanas cuando decidí abrir mi “cofre del tesoro” y
empezar a usar algunas cosillas que tenía guardadas. Insistí varios días a ver si iba mejor, pero
no tuve suerte y volví a mis cosas de siempre y tan feliz. No se trata que te incomode o que sea falta
de costumbre, es una sobrecarga que no se puede explicar.

Recuerdo que, hace muchos años, cuando mis padres vivían en Piura, una
ciudad a mil kilómetros al norte de Lima, los iba a visitar cada vez que podía. Una de las veces que fui a su casa, que
siempre fue muy acogedora y que yo percibía ligera y agradable, algo cambió. Al entrar fue como sentir que me daba contra
un muro en la cabeza, algo me hacía sentir incómoda. En la planta baja se percibía más, y la de
arriba tan agradable como siempre. Seguí
recorriendo la casa en busca de una explicación. Cuando cruzaba de la cocina al salón era como
darme otra vez en la cabeza. Al final
concluí que, fuera lo que fuera, estaba en el salón y causaba ese efecto en
mí. Me quedé de pie, observando
detenidamente cosa por cosa, los detalles y adornos que mi madre tenía. De pronto, varios artículos de bronce
llamaron a mi atención. Presté más
atención y me di cuenta de que eran utensilios de decoración de bronce que mi
abuela tenía en su casa y que meses antes, al fallecer mi abuelo, mi madre y
sus hermanos habían retirado para vaciarla.
¡Sí! Era ese candelabro que le
colgaban unos adornitos, con el que yo había jugado tantas veces cuando era
pequeña. Mi madre tenía, además, otras
cosas más. Sentí su fuerza, su energía,
pero una energía negativa. Se lo comenté
a mi madre, por saber que pensaba o sentía ella, me comentó que también lo había
sentido.
Ahora intento sentirme en mi casa siempre a gusto, tener las cosas que
necesito, aunque reconozco ser un poco “cachivachera”, pero de vez en cuando
intento deshacerme de lo que no me hace falta.
Disfruta de las cosas que tienes, lo que no te interesa y sólo ocupa
espacio, sácalo de tu vida, no lo necesitas y quizá a otro sí.